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sábado, 13 de junio de 2020

La vuelta a los medievales pasando por la modernidad


LIBRO DEL ARBOL DEL CONOCIMIENTO - portafolio.EMontealegre
Foto: Google Sites 
La palabra medieval no siempre es bien aceptada. Ahora quisiera ofrecer una pincelada al aporte filosófico del maestro dominico Tomás de Aquino (1224/5-1274). Su pensamiento se enmarca en la línea de pensamiento del realismo y constituye una luz para el análisis de qué le pasa al hombre y cómo entenderlo.
Para un espectador foráneo, que hace una mirada panorámica a la obra y temas del Aquinate, es sumamente sugerente el itinerario que emprende Tomás de Aquino en el planteamiento de las cuestiones referidas al hombre en el ser y obrar.
El Aquinate resuelve primero problemas ontológicos del hombre antes de afrontar cuestiones estrictamente humanas y, por consiguiente, morales también. Por ejemplo, véase el tratado sobre el hombre en la Summa theologiae, qq.75-102.
Tomás de Aquino realiza una síntesis original filosófica. Sus aportes en temas humanísticos conservan el frescor de quien ofrece una mirada profunda a la realidad del hombre y su obrar.
Esto permite entablar un diálogo con las diversas disciplinas científicas que estudian al ser humano. En lo que se refiere a los presupuestos ontológicos y antropológicos Tomás de Aquino tiene como fuente primaria los aportes de Platón y Aristóteles. Además la luz de la fe da un brillo mayor todavía.
Tomas asume todo lo valioso de sus predecesores. Cuando de la verdad se trata no hay qué temer. Así, precisamente Platón sería el representante del dualismo y Aristóteles de la unidad dual. El planteamiento de Tomás de Aquino se sitúa en la línea aristotélica, es decir, la unidad dual.
¿Cómo entender el obrar humano? De allí que para el estatuto de una ética de la virtud es necesario considerar la constitución profunda del ser humano. El peligro en no afrontar esa realidad es quedarse en la periferia u ocuparse sobremanera en lo accidental; puesto que, de las realidades del universo el hombre ocupa un lugar central relativo y requiere considerar los aspectos fundantes del ser humano.
El olvido de esta dimensión tiene como consecuencia inmediata, para la toma de decisiones, o la “divinización” o la “minusvaloración” de lo que realmente es el hombre y la posibilidad de adquirir hábitos buenos.
El hombre es unidad de cuerpo y alma. Hay que insistir en esto que ha sido tirado por tierra desde la modernidad. Considerar la constitución hilemórfica (materia y forma / cuerpo y alma) del hombre es una cuestión clave para diversos planteamientos éticos en aras de fortalecer la configuración virtuosa del hombre y la vida feliz, puesto que la virtud es un hábito, cualidad buena, desarrollo, expresión máxima del ser humano.
Con los buenos hábitos el ser humano alcanza su plenitud incluso dentro de la fragilidad y finitud que le caracteriza, puesto que le hace ser más realista y necesitado del buen obrar. Desde una perspectiva pedagógica denominaríamos a este perfil como enfoque por competencia, puesto que pone en marcha y articula diversos elementos para solucionar un problema. En este caso el problema de la unidad de sí mismo.
Las ciencias que potencian las habilidades humanas, como pueden ser especialmente las psicológicas y afines junto con la educación, pueden ser enriquecidas en sus objetivos por la consideración hilemórfica. Puede que se presenten recelos al asumir esa actitud abierta, pero deben superarse en aras del rigor científico.
Así podría lograrse una integración y conducir al estado de virtud antes que una mera técnica o habilidad exterior válidas para algunas circunstancias. Se trata de buscar un mutuo desarrollo entre el ser y el obrar, es decir, lograr una armonía profunda y estable que cada vez se hace más arraigado y por su puesto como disposición (hábito) para obrar bien.
La visión únicamente científica y técnica sobre el hombre implica ya de por sí deterioro personal, puesto que el gran ausente es el hombre mismo; ya los filósofos alemanes del siglo XX como Heidegger y Gadamer advirtieron sobre esto. 
En este sentido es fácil constatar el afán prometeico de las herramientas tecnológicas y técnicas humanas para generar cambio personal y por tanto cultural. La tecnología en sus diversos aspectos tiene un carácter instrumental para el hombre. No obstante, las conquistas de la inteligencia humana son algo fascinante, pero conviene no postergar el crecimiento en las virtudes o hábitos buenos, que es lo que realmente nos perfecciona intrínsecamente. 
Con frecuencia observamos la devaluación de la capacidad cognoscitiva, y por consiguiente también de la capacidad volitiva del hombre. Estas dos facultades inmateriales o espirituales permiten alzar el vuelo hacia la trascendencia de yo en búsqueda del tú incluso hacia el infinito.
Entonces estas líneas de fuerza que opacan la condición humana más profunda en el conocer u obrar vendrían por la ausencia de asumir con rigor la inmanencia y trascendencia del hombre. En realidad, el hombre es el único que tiene la posibilidad de que su interioridad pueda hacerse más madura con las ideas, pensamientos, recuerdos, afectos e historia vivida.
En las circunstancias actuales hay como dos contextos donde se eclipsa lo más elemental del ser humano: por un lado, en el plano filosófico por la posmodernidad, la deconstrucción y la hermenéutica; y, por otro lado, desde el quehacer científico, en particular desde el tecnooptimismo, mediante el afán de superar cualitativamente, o en el peor de los casos sustituir, la inteligencia humana, decisiones y el dominio de sus actos por el desarrollo de la inteligencia artificial, la biotecnología, los Big Data, la robótica.
También está aquí todo el campo neurocientífico naturalista que una mirada más integrada del hombre haría mucho bien al mismo hombre. El problema está en el enfoque reducido y parcial que excluye la posibilidad de diálogo e integración que reclama la naturaleza humana. ¿Aún podemos seguir hablando de los medievales?
Por: Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com


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