Foto: Aleteia
“En
Aquel tiempo, habló Jesús diciendo: ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos
hipócritas, que se parecen a sepulcros blanqueados! Por fuera tienen una apariencia,
pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre” (Mt 23, 27-32).
Las
palabras de Jesús de Nazareth, nuestro Señor, son claras. Son pronunciadas ante
un grupo de personas que se preocupaban solamente en el aspecto externo de la
religión, la vida personal y social. Tenían como intereses: el reconocimiento ajeno,
el quedar bien y ser alabado, condenar actitudes que no gustan, criticar a espaldas,
exigir a otros menos a sí mismo, decir de boca para afuera, decir cosas diplomáticas
sacrificando la verdad, hacer cosas a escondidas. Estas son las características
de la hipocresía. Las ciencias que se ocupan de la salud mental dirían que estos
rasgos reflejan enfermedades crónicas.
Jesús
nos invita a ser coherentes con nuestra fe, valores, comportamientos y principios.
Es verdad que los demás pueden tener pecados, errores, pero debe primar el perdón,
la justicia y la misericordia. Qué fácil es llevar doble vida. Una pública ante
los demás y otra privada; uno en la familia y otro con personas exclusivas. Cuando
no se hace esfuerzo por salir de la hipocresía la persona se corrompe y daña sea
de la condición que sea.
Lo que más duele a quien da amor es ser engañado. Si
este fuera nuestro caso el Señor nos invita a buscar la misericordia. Esto es,
a una nueva conversión, cambiar ese comportamiento de doble vida, recomenzar
por el camino de la coherencia.
San Agustín
(354-430), cuya memoria celebramos hoy, una vez que encontró la fe y se hizo
cristiano decía “tarde te conocí, tarde te conocí oh hermosura”.
¿Apuestas
por ser coherente en tu vida y ayudas a tus amigos y colegas a llevar una vida
sin hipocresía?
P.
Arnaldo Alvarado
Agosto
2019
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