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Homilía del Card. Joseph Ratzinger
en el Santuario de Santa Rosa, 1986, Lima.
Rosa
de Lima, la cual se llamaba en verdad Isabel, recibió su nombre de una mujer
india que trabajaba en su casa paterna. Esta mujer simple condensó en este
nombre todo lo que ella había visto y experimentado en Isabel. La rosa representa
la reina de las flores y por lo tanto el prototipo de la belleza de la creación
de Dios. La rosa no es, sin embargo, solamente placentera a nuestros ojos, sino
que con su perfume crea una nueva atmósfera alrededor de nosotros, tocando así
todos nuestros sentidos y, por así decirlo, nos arrebata de este mundo
cotidiano hacia un mundo mejor y más alto. Ella nos alegra precisamente porque,
al menos por un instante, nos hace experimentar también el bien a través de lo
bello.
Esta
mujer india, que ha permanecido desconocida pero que dio a Isabel el nombre de
Rosa, reaccionó propiamente de esta manera ante la belleza de esta pequeña niña
y, ciertamente, no sólo ante su belleza exterior y corpórea.
Así
como la rosa no sólo parece hermosa, sino que de su interior difunde a su
alrededor belleza a través de su perfume, así seguramente debió parecerlo
también esta niña: por medio de su belleza exterior ella había percibido
también la belleza interior. Ciertamente, que esta mujer india no habría dado
este nombre tan lleno de ternura y de veneración si, por parte de esta niña, no
hubiera habido algo cálido y bueno que llamara su atención: el perfume del
bien. En este modo de llamarla se puede advertir el afecto de esta mujer, como
también, por otra parte, el hecho de que después con ocasión de la
confirmación, recibida de las manos de Santo Toribio de Mogrovejo, Rosa misma
haya aceptado definitivamente este nombre muestra su "sí", su
constante afecto por aquella mujer india.
En
su canonización, la Iglesia ha interpretado este nombre como una forma de
testimonio profético y lo ha usado en referencia a una bella expresión de San
Pablo, el cual dice de sí mismo que Dios había difundido el perfume del
conocimiento de Cristo en el mundo entero a través de él. "Nosotros somos
el perfume de Cristo entre aquellos que se salvan" (2 Cor 2, 14ss).
Aquello que Pablo, el apóstol de los gentiles, una vez pudo decir de su acción,
vale ahora de nuevo para la pequeña Rosa, que proviene del país sudamericano,
Isabel de Flores: ella se ha convertido en la Rosa de Lima que difunde el
perfume del conocimiento de Cristo en el mundo entero.
El
afectuoso sobrenombre, que la desconocida mujer había dado a la pequeña niña,
se ha revelado como una profecía y así también ella, aunque sin nombre, toma
parte siempre junto a Rosa y ambas en conjunto expresan algo original de este
país y de su misión: la herencia europea junto con aquella de los indios ha
dado origen a una nueva expresión de la fe; en esta nueva síntesis se encuentra
el perfume del conocimiento que emana de Rosa. ¿No es sorprendente, quizá, que
para una mujer que nunca dejó la ciudad de Lima, valga la misma alabanza que se
aplicó al infatigable apóstol de los gentiles, el cual recorrió a lo largo y a
los ancho todo el mundo hasta entonces conocido? El difundió en todo el mundo
el perfume de Cristo a través de su predicación, a través de su actividad sin
descanso, de su acción y de sus sufrimientos. Rosa de Lima lo ha difundido y
continúa difundiéndolo hasta hoy simplemente a través de su ser. Su figura
humilde y pura irradia su luz a través de los siglos sin mudas palabras; ella
es el perfume de Cristo que hace resonar de sí misma su anuncio más fuertemente
que a través de escritos e impresos. Así ella es también una gran maestra de
vida espiritual, cuyas palabras están llenas de la profundidad de una
experiencia vivida de Cristo en la consumación interior de sus sufrimientos
vividos en comunión con Jesús Crucificado. "Me encontraba, llena de
asombro, en la luz de la más serena contemplación que une todo, cuando en medio
de este resplandor vi brillar la crus del Redentor; y al interno de este arco
luminoso divisé la santísima humanidad de mi Señor Jesucristo". En estas
palabras suyas se manifiesta el fundamento más profundo de su existencia: el
estar inflamada por las llamas del fuego que provienen de EL. "He venido a
traer el fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera
prendido!" (Lc 12, 49): Rosa de Lima se dejó encender por este fuego y aún
hoy de su figura llegan hasta nosotros la luz y el calor – luz y calor que
transforman esta tierra oscura y fría.
Rosa
de Lima puso en su vida espiritual tres puntos esenciales, que son válidos como
programas para la Iglesia de hoy así como lo fueron en su tiempo.
1.
Como primer punto está la oración, entendida no como recitación de
fórmulas, sino como un dirigirse interiormente al Señor, como estar en su luz,
como dejarse incendiar por su fuego santo.
2.
Los otros dos puntos esenciales provienen de aquí espontáneamente: puesto que
ella ama a Cristo, el despreciado, el doliente, Aquel que
por nosotros se ha hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que
llegaron a ser sus hermanos más cercanos. El amor preferencial por los
pobres no es un descubrimiento de nuestro siglo – al máximo es un
redescubrimiento, puesto que esta jerarquía del amor era bien clara para todos
los grandes santos. Era clarísima sobre todo para Rosa de Lima, cuya mística
del sufrimiento con todos los pobres y los que sufren, que brota de la
solidaridad con el Cristo doliente.
3.
De aquí deriva también su tercer punto esencial: la misión. A través de
sus palabras y de sus reflexiones aparece una perspectiva universalista. Ella
deseaba poder ir, libre de las ataduras y de los límites que comporta nuestra
corporeidad, a través de las calles de todo el mundo y conducir los hombres
hacia el Salvador doliente. Rosa se expresaba de esta manera:
"¡Escucharme, pueblos! ¡Escucharme, naciones! Por mandato de Cristo os
exhorto". Ahora ella está libre de vínculo de un solo lugar; ahora ella
va, como santa, por las calles de toda la tierra. Ahora ella vuelve a llamar
con la autoridad de Cristo a todos nosotros, a la entera cristiandad, a vivir
con radicalidad a partir del centro, de la más profunda comunión con Jesús,
porque sólo así y de ningún otro modo el mundo puede ser salvado.
"¡Escuchadme, pueblos! ¡Escuchadme, naciones! ¡Por mandato de Cristo os
exhorto!" Así nos habla ella hoy. Esta mujer es, por así decirlo, una
personificación de la Iglesia latinoamericana: inmersa en el sufrimiento, sin
grandes medios exteriores y sin poder, pero aferrada por el fervor de la
cercanía de Jesucristo.
Agradezcamos
al Señor por habernos dado esta mujer, Démosle gracias por el coraje de su fe,
que ÉL ha vuelto a despertar aquí en América Latina. Pidámosle que su presencia
sea cada vez más fuerte y que su perfume se extienda desde aquí a todo el
mundo.
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