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jueves, 4 de junio de 2015

Corpus Christi: la Eucaristía fuente y cima de la vida cristiana

Corpus Christi: La Eucaristía fuente y cima de la vida cristiana

Cada año ocurre algo especial en nuestras ciudades. Las calles relucen embellecidas para celebrar y dar la bienvenida al Señor en la Eucaristía.

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Los cristianos tenemos un tesoro recibido del mismo Señor: la Eucaristía. Este sacramento fue instituido por Jesús en la última Cena; en ese momento los apóstoles reciben la capacidad de celebrar y transmitir esa potestad a otros. Desde aquella tarde esa sucesión apostólica no se ha interrumpido en la Iglesia Católica.

La Eucaristía  ocupó y siempre será así el centro de la vida de la Iglesia en toda su historia. Todo el conjunto artístico que tiene la Iglesia, está dedicado a Dios. La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia vive de la Eucaristía. Pero también podemos decir que la Eucaristía hace al cristiano y el cristiano vive de la Eucaristía.

En algunas ciudades del mundo esta fiesta se realiza el día jueves después de la fiesta de la Santísima Trinidad (porque es un día vinculado a la Eucaristía) y en muchas partes el domingo. Dos aspectos resaltamos en esta ocasión: primero expresamos nuestra gratitud y adoración al mismo Señor presente realmente en la santa Hostia; segundo tratamos de hacer lo mejor que podemos para un huésped tan ilustre con la elaboración de alfombras, cantos, decoración de calles, danzas, etc. Una vez más podemos notar que la Iglesia enriquece la cultura.

Se inició la celebración de la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) en los países bajos (Lieja) a mediados del siglo XIII. La celebración fue extendiéndose poco a poco de diversas formas, pero lo más resaltante siempre ha sido la procesión de la Eucaristía. Durante la procesión mostramos nuestro profundo silencio de admiración, gratitud y adoración. Incluso la actual liturgia del esta fiesta se debe al gran teólogo santo Tomás de Aquino (1224/5-1274).

Por este sacramento recibimos al mismo Señor con su cuerpo, sangre y divinidad. Pero tenemos una dificultad, y es que nuestra medida humana siempre es lo cuantificable, medible, visible. Fácilmente entramos en esta lógica, pero hay que superarla; para entender acudamos a san Agustín: “aquellas cosas visibles de la vida de Cristo, ahora lo recibimos de modo invisible por los sacramentos”.

Recordemos que las cosas más importantes de la vida no lo podemos ver y calcular con los ojos simplemente humanos. El hombre contemporáneo no ve con facilidad las realidades que superan sus sentidos o le resulta fatigoso, porque está demasiado hermético en sí mismo. Hay realidades que superan nuestra mente y medida. Por eso la fe abre el panorama de la visión. Vemos donde nuestra vista no alcanza su objetivo. El misterio Eucarístico es una de ellas.

La Eucaristía ocupa el centro y la cima de la vida cristiana. Ella debe ser como un imán que todo lo atrae. En efecto, toda la actividad de la Iglesia y del cristiano parte (fuente) y tiende (fin) a la Eucaristía. Las palabras de Cristo son reales: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo, si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo... Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6, 51-54). Aquí no hay ninguna simbología. Estas palabras expresan la realidad del misterio eucarístico.

La Iglesia no puede olvidar jamás la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Si hay belleza y riqueza en cantos, música, objetos, himnos, arte, liturgia es precisamente porque hay alguien a quién lo dedicamos todo. Dice santo Tomás: “en la cruz se escondía la divinidad, pero aquí se esconde también la humanidad”. Más adelante escribe también: “Aquí se equivocan la vista, el tacto, el gusto, sólo con el oído se llega a tener fe segura; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada más verdadero que esta palabra de Verdad” (Himno adoro te devote).

Estas palabras conmueven el corazón. Es bueno que seamos conscientes que: "Cristo Jesús está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia (Mt 18, 20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25, 31-46), en los sacramentos. Pero, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas” (CEC, 1373). Una vez más hay que considerar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Si pasas frente a una iglesia o capilla recuerda que el Señor está en el sagrario; haz una visita con fe y amor. Parece que no está, pero está. Cristo se ha quedado y quiere quedarse con nosotros; digámosle entonces “¡quédate con nosotros señor porque el día va de caída!”.

P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com

Jr. Unanue 300

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