Corpus
Christi: La Eucaristía fuente y cima de la vida cristiana
Cada año ocurre algo
especial en nuestras ciudades. Las calles relucen embellecidas para celebrar y
dar la bienvenida al Señor en la Eucaristía.
Los cristianos tenemos un
tesoro recibido del mismo Señor: la Eucaristía. Este sacramento fue instituido
por Jesús en la última Cena; en ese momento los apóstoles reciben la capacidad
de celebrar y transmitir esa potestad a otros. Desde aquella tarde esa sucesión
apostólica no se ha interrumpido en la Iglesia Católica.
La Eucaristía ocupó y siempre será así el centro de la vida
de la Iglesia en toda su historia. Todo el conjunto artístico que tiene la
Iglesia, está dedicado a Dios. La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia vive
de la Eucaristía. Pero también podemos decir que la Eucaristía hace al
cristiano y el cristiano vive de la Eucaristía.
En algunas ciudades del
mundo esta fiesta se realiza el día jueves después de la fiesta de la Santísima
Trinidad (porque es un día vinculado a la Eucaristía) y en muchas partes el
domingo. Dos aspectos resaltamos en esta ocasión: primero expresamos nuestra
gratitud y adoración al mismo Señor presente realmente en la santa Hostia;
segundo tratamos de hacer lo mejor que podemos para un huésped tan ilustre con
la elaboración de alfombras, cantos, decoración de calles, danzas, etc. Una vez
más podemos notar que la Iglesia enriquece la cultura.
Se inició la celebración de
la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus
Christi) en los países bajos (Lieja) a mediados del siglo XIII. La
celebración fue extendiéndose poco a poco de diversas formas, pero lo más
resaltante siempre ha sido la procesión de la Eucaristía. Durante la procesión
mostramos nuestro profundo silencio de admiración, gratitud y adoración. Incluso
la actual liturgia del esta fiesta se debe al gran teólogo santo Tomás de
Aquino (1224/5-1274).
Por este sacramento recibimos
al mismo Señor con su cuerpo, sangre y divinidad. Pero tenemos una dificultad,
y es que nuestra medida humana siempre es lo cuantificable, medible, visible.
Fácilmente entramos en esta lógica, pero hay que superarla; para entender
acudamos a san Agustín: “aquellas cosas visibles de la vida de Cristo, ahora lo
recibimos de modo invisible por los sacramentos”.
Recordemos que las cosas más
importantes de la vida no lo podemos ver y calcular con los ojos simplemente
humanos. El hombre contemporáneo no ve con facilidad las realidades que superan
sus sentidos o le resulta fatigoso, porque está demasiado hermético en sí
mismo. Hay realidades que superan nuestra mente y medida. Por eso la fe abre el
panorama de la visión. Vemos donde nuestra vista no alcanza su objetivo. El
misterio Eucarístico es una de ellas.
La Eucaristía ocupa el
centro y la cima de la vida cristiana. Ella debe ser como un imán que todo lo
atrae. En efecto, toda la actividad de la Iglesia y del cristiano parte
(fuente) y tiende (fin) a la Eucaristía. Las palabras de Cristo son reales: “Yo soy el pan vivo que ha
bajado del Cielo, si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que
yo le daré es mi carne para la vida del mundo... Quien come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna”
(Jn 6, 51-54). Aquí no hay ninguna simbología. Estas palabras expresan la
realidad del misterio eucarístico.
La Iglesia no puede olvidar jamás la presencia real de
Cristo en la Eucaristía. Si hay belleza y riqueza en cantos, música, objetos,
himnos, arte, liturgia es precisamente porque hay alguien a quién lo dedicamos
todo. Dice santo Tomás: “en la cruz se escondía la divinidad, pero aquí se
esconde también la humanidad”. Más adelante escribe también: “Aquí se equivocan
la vista, el tacto, el gusto, sólo con el oído se llega a tener fe segura; creo
todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada más verdadero que esta palabra de
Verdad” (Himno adoro te devote).
Estas palabras conmueven el corazón. Es bueno que
seamos conscientes que: "Cristo Jesús está presente de múltiples maneras
en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia (Mt 18, 20), en los
pobres, los enfermos, los presos (Mt 25, 31-46), en los sacramentos. Pero,
sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas” (CEC, 1373). Una vez
más hay que considerar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Si pasas
frente a una iglesia o capilla recuerda que el Señor está en el sagrario; haz
una visita con fe y amor. Parece que no está, pero está. Cristo se ha quedado y
quiere quedarse con nosotros; digámosle entonces “¡quédate con nosotros señor
porque el día va de caída!”.
P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com
Jr. Unanue 300
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