Una
herencia y una tarea: la santidad y el santo de lo ordinario
Los
santos son los mejores hijos de la Iglesia. Son quienes han vivido y construido
mejor la historia y por eso permanecen en la memoria de todos, seamos o no
simpatizantes de su espiritualidad. Ellos no nacieron santos, se santificaron
en las realidades de sus vidas. Vivieron intensamente en la tierra con la
mirada en el cielo. No se aislaron, ni quisieron ser reconocidos en aquello que
hicieron. Se hicieron todo para todos.
Pero
¿dónde encontramos la santidad? Dios es la fuente. La Iglesia es santa porque
su fundador, Cristo, es santo. La santidad de la Iglesia se expresa también en
la Iglesia del cielo que está formado por santos; nos da los medios de
santificación: la doctrina y los sacramentos; además da continuos frutos de
santidad (Cfr. CEC 823-829). Quién es hijo de la Iglesia y permanece en ella
tiene todos los medios para la santidad.
Ahora
quisiera presentar la figura de un buen hijo de la Iglesia. Pido disculpas
desde ahora lo poco que puedo decir. Se
trata de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Nació en Barbastro (España) el 09 de enero de
1902. Fundó el Opus Dei el 2 de octubre de 1928. Canonizado el 6 de octubre del
2002. Él perteneció a una familia de intensa vida cristiana. Experimentó en
ella los gozos y las durezas de la vida como la muerte de sus hermanos pequeños
o la bancarrota en los negocios familiares. Al quedar huérfano tuvo que velar
por su madre y hermanos.
Pronto
sintió la llamada de Dios al sacerdocio. A los 23 años recibió la ordenación
sacerdotal. Toda su vida está llena de un intenso amor a la Eucaristía, a la
Virgen María, a la Iglesia, al Papa, que él consideraba sus grandes amores. Cuando
Dios le pidió fundar el Opus Dei apenas era un sacerdote joven, con alegría,
gracia humana y buen humor. Pero Dios quiso por medio de él transmitir un
mensaje suyo. La alegría que tiene su raíz en forma de cruz nunca le faltó.
Toda
su vida puede sintetizarse en esto que él mismo rezaba: “Jesús, que sea yo el
último en todo…y el primero en el Amor” (Camino, 430). Sus enseñanzas y
escritos constituyen un tesoro para la Iglesia y para todos los cristianos.
Pues es doctrina del evangelio. Quién le escucha queda sorprendido de lo que
dice. Sus palabras encierran un realismo tal que sintoniza con una vida sea de
la edad, condición, cultura, raza, afición que sea. Sus escritos son claros y
directos. Lo que dice siempre estimula a iniciar el recorrido por el camino
inclinado de la santidad. Tuvo una
personalidad extraordinaria porque amó mucho. Sería un error pensar que esto es
sólo para algunos. ¡No!, Lo que predica es una enseñanza de la Iglesia, “tan
nuevo y antiguo como el evangelio”. Pero hay que escucharle libre de todo prejuicio.
Nos
trajo de Dios un don tan antiguo y tan nuevo: la llamada universal a la
santidad. Este fue el centro de sus enseñanzas. Tal vocación consiste en que
todos, absolutamente todos, por el bautismo estamos llamados a ser santos. El
ideal es alto, pero está al alcance de todos. En efecto, la vida cristiana es
esto: “sed santos como mi padre celestial es perfecto”. Como discípulos de
Jesús nuestra tarea principal es santificarnos; es decir, hacer bien lo que
tenemos que hacer. Sí, precisamente eso que tenemos que hacer. Sin ninguna
rareza, sin buscar cosas extraordinarias y fuera de nuestras posibilidades. De
este modo, el campesino tendrá que trabajar como un buen cristiano campesino; una
ama de casa lo mismo, el catedrático con inteligencia e inflamado de amor a
Dios y a sus hermanos, el que tiene altas responsabilidades tendrá que hacer su
trabajo de cara a Dios y a los demás.
Cuando
él se marchó al cielo la obra de Dios –Opus
Dei- estaba extendido por los cinco continentes. Pero ¿cuál es el secreto? Tal
vez esté en esto que él mismo dice: “Todo lo que se hace por Amor adquiere
hermosura y se engrandece” (Camino, 429).
Este
hombre de Dios falleció repentinamente en Roma el 26 de junio de 1975, después
de haber mirado con inmenso cariño por última vez una imagen de la Virgen que
presidía su cuarto de trabajo. Fue canonizado por el Papa san Juan Pablo II.
Llamado por el mismo como el santo de lo ordinario. Su fiesta litúrgica se
celebra el 26 de junio. El cuerpo de san Josemaría Escrivá reposa en la Iglesia
Prelaticia de Santa María de la Paz, Roma. Demos gracias a Dios por la vida de
éste santo y muchos otros. Ellos son nuestros hermanos mayores. Están en el
cielo e interceden por nosotros. ¡Qué gran herencia y tarea!.
Por:
P.
Arnaldo Alvarado
Docente
de metafísica
Jr.
Unanue 300. Aptado 69.
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