Para una vida lograda: Sencillez y nobleza de espíritu
Jesús nos da a conocer su oración
personal mediante estas palabras: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor». Es una joya. Somos discípulos,
esto es, seguidores creativos de las enseñanzas del maestro cuyas palabras nos
inspiran para estar más dispuestos en acoger su mensaje.
Este pasaje del evangelio (Mt 11,25-30)
presenta un diálogo abierto y lleno de confianza entre el Hijo y el Padre. Así
puede ser nuestro trato con el Señor. Puesto que en la oración nos encontramos
con una persona que nos ama y conoce a fondo. Hablar y encontrarse con alguien que
transmite mucho bien nos ayuda a crecer.
Asistimos a una sociedad del
cansancio, del hiperconsumo y la auto explotación. Claro esto diagnostican los
expertos. ¿Acaso también no sucede de alguna forma en tu vida? Revisa y puede que
haya excesivas preocupaciones por el trabajo, fijarse en la enfermedad que se lleva
y olvidarse de las oportunidades, prisas en el día a día, agobios, ansiedades
por el futuro, la conciencia que necesita paz. Esto refleja heridas que deben
ser curadas.
Lógicamente hay verdaderos agobios,
por ejemplo: en los pobres, refugiados, perseguidos, calumniados, inmigrantes,
deprimidos, escases laboral, aquellos que están solos. No podemos negar estas
situaciones. Pero Jesús nos invita: «Vengan a mí todos los que están cansados y
agobiados, y yo les aliviaré».
¿Cuál es la forma de alivio que habla
el Señor? Es fundamentalmente en aquello que es el motor de toda vida humana:
amar y ser amados. Lo que salva es el amor divino cuyo resplandor lo
encontramos en los demás y se llama amor fraterno y solidario.
Hace tiempo escribió el Papa emérito
lo siguiente: “El verdadero remedio para las heridas de la humanidad -sea las
materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales,
causadas por un falso bienestar- es una regla de vida basada en el amor
fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios” (Benedicto XVI, Ángelus,
3 julio 2011).
Ante este panorama es necesario sencillez
y nobleza de espíritu (mansedumbre) para superar todo afán ambicioso y
desordenado en buscar únicamente el poder, el bienestar individualista, ideas
egoístas y lejanas de la verdad, abusos en diversas circunstancias,
prepotencia, interés que asegura el éxito a toda costa, estilo agresivo.
Estamos invitados asumir las
cosas con humildad y sencillez que asegura un futuro digno para el hombre,
familia y sociedad. La mayor ceguera para todo es el orgullo y la soberbia. Todo el bien y mal que hagas en el tiempo
tiene su recompensa ya aquí y todavía mayor en el más allá. No te canses de
hacer el bien.
P. Arnaldo Alvarado