“Le
presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían,
dijo al paralítico: ¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados” (Mt 9, 1-8).
El episodio conmueve. Dado que los paralíticos no pueden
hacer nada por sí mismos, necesitan de otros. En efecto, son sus amigos quienes
lo llevan al maestro. Además, lo llevan con gran fe. Están seguros que serán
atendidos y aquel amigo desdichado tendrá cura en sus males.
La parálisis es signo del pecado. El pecado mortal da
muerte al alma y perdemos todo vínculo de amistad con Dios y con la Iglesia. Necesitamos
salir de este mal, pero ¿cómo? Mediante la confesión.
Sólo Dios puede perdonarnos los pecados pero ha dejado en
manos frágiles de sus apóstoles y de éstos a los sacerdotes la capacidad de perdonar
los pecados en su nombre. Acudir al sacramento de la confesión nos da la paz y reconciliación
con Dios y la Iglesia.
¿Cómo hacer una buena confesión? Aquí algunas
recomendaciones:
·
Prepárate. Tienes que darte cuenta
cuáles son tus acciones malas pequeñas y grandes.
·
Arrepiéntete. Es el compromiso de pedir
perdón a Dios y a los demás por la ofensa.
·
Has un propósito. De no volver a pecar y
desterrar ese pecado de tu vida.
· Confiésate. Busca al sacerdote y
expresa todos tus pecados, especialmente empieza por el que tienes más vergüenza.
· Tomar la medicina y reparar
el daño. Ahora se trata de hacer algo en penitencia y reparación por
el daño causado. Recuerda que no es un castigo, sino una medicina.
¿Te comprometes acudir a la confesión con fe y frecuencia? Ánimo,
tú puedes, Dios te acoge, perdona y no te condena.
P.
Arnaldo Alvarado
1 julio
2020
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