“Como sucedió en los días de Noé, así será también en los
días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé
entró en el arca entonces llegó el diluvio y acabó con todos…Así sucederá el
día que se manifieste el Hijo del Hombre” (Lc 17, 26-37).
Con estas palabras el Señor nos invita a vivir este tiempo
con conciencia recta y responsabilidad. Estamos de paso, nuestra vida después
de la muerte entrará a la eternidad. Si hemos muerto con paz y amigos de Dios
estaremos en el Cielo; si aún nos ha faltado algo más iremos al purgatorio pero
con la esperanza de llegar al Cielo.
Pero si nuestra vida ha sido de odio, venganza, soberbia,
atropellos a la dignidad de la persona, ofensas a Dios y sin cambios ni
arrepentimientos ya se vive el infierno y si así morimos nos espera la
condenación donde no está Dios y todo es egoísmo, es el infierno.
Por tanto, hay dos juicios por los que pasa el hombre: el
primero, inmediatamente después de la muerte tenemos el juicio particular con
Dios, cada uno seremos juzgados, no importa aquí la condición, nos
presentaremos ante Dios. Él será justo.
El segundo juicio es el final, cuando pase el mundo, al fin
de los tiempos y será público. Se revelará a los ojos de todos nuestro más profundo
ser y obrar de nuestra historia. Allí se resplandecerá públicamente lo bueno y
malo que hemos hecho. El juicio final ratifica la situación del primer juicio.
En estos días tan movidos en el Perú como ciudadanos
mantengamos el orden, el respeto, la paz, el bien de todos, construyamos
puentes. No podemos ser gestores, ni autores, ni cómplices de las violencias en
las calles. Hay derecho a la protesta por motivos justos, pero también los demás tienen derechos: propiedad privada, seguridad, vida, libertad.
Asumamos la vida con responsabilidad. Si hay actitudes que
cambiar ya es hora de hacerlo. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Siempre
hay perdón.
P. Arnaldo Alvarado