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miércoles, 17 de junio de 2020

La oración sincera


www.rezaconnosotros.org | Imagenes de velas encendidas, Luz en la ...
“Cuando recen no usen muchas palabras…su Padre sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan” (Mt 6, 7-15).


¿Cómo orar? Ubicarte en la presencia de Dios. Tienes que saber que estás ante una persona que ha sido primero quien te invitó al diálogo. Orar significa responder a una cita. De allí la importancia del silencio, el recogimiento interior. Cuando hay ruido e incomodidades interiores no se puede escuchar.

¿Cuál es el clima de la oración? Es un encuentro de confianza. Se está ante alguien que conoce el presente, el pasado y el futuro. Precisamente la libertad consiste en darse a conocer, dejarse amar y corresponder amando. Allí se forja todo. Se va abatido y se sale reconfortado, pero la oración no sólo es sentimiento sino especialmente acto de querer. La oración es el insumo de la esperanza y de los buenos propósitos.  

¿Algunas recomendaciones para la oración? Sí, aquí algunas:

·       Establece un tiempo fijo. Si bien es cierto se puede orar siempre y en todas partes es bueno que tengas ubicado un tiempo y lugar habitualmente.
·       Prepárate. Nadie va a una reunión sin llevar algo para el diálogo. A la oración es bueno llevar: las actividades de cada día, las alegrías, metas, los hijos, alumnos, familia, amigos, penas, dificultades, ganas de evangelizar, proyectos.
·       Ayúdate. Puedes tener una libreta a mano, un texto que te ayude a establecer el diálogo, una Biblia o texto litúrgico ayuda muchísimo.
·       Desconéctate. Recuerda que estás con la Persona más importante. Desconéctate por un momento, busca el silencio interior incluso en la calle cuando eso ocurra y escucha.
·       Proyéctate. Sigue lo que Dios te propone en la oración. Siempre recibirás alguna exigencia amorosa, toma decisiones inmediatas.
·       Persevera. Esto es lo más difícil. Busca al menos 2 minutos diarios para encontrarte con quien te ama incondicionalmente.

¿Te propones a colocar en tu agenda diaria un rato de oración y ayudas a otros también a sentirse amados, escuchados y revitalizados?


P. Arnaldo Alvarado
17 junio 2020

domingo, 14 de junio de 2020

Homilía del Papa Francisco en la fiesta del Corpus Christi


El Corpus Christi en el Magisterio de los Papas: un camino de ...
Foto: Vatican news

«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer» (Dt 8,2). Recuerda: la Palabra de Dios comienza hoy con esa invitación de Moisés. Un poco más adelante, Moisés insiste: “No te olvides del Señor, tu Dios” (cf. v. 14).

La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es acordarnos de esto cuando rezamos! Como nos enseña un salmo, que dice: «Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos» (77,12).

Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Sin memoria nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo.

La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a los demás. Por eso, en la Biblia el recuerdo del Señor se transmite de generación en generación, hay que contarlo de padres a hijos, como dice un hermoso pasaje: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos mandatos […] que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos […] y el Señor hizo signos y prodigios grandes […] ante nuestros ojos» (Dt 6,20-22).

Pero hay un problema, ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos se interrumpe? Y luego, ¿cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin haberlo experimentado? Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial.

No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”.

Es por eso que Jesús nos pidió: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced esto en memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida.

Ante todo, cura nuestra memoria huérfana. Muchos tienen la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón. Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede.

Sin embargo, Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas. Nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas.

Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía.

Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad.

Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad.

Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida.

Además, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada. Las heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio, pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos controlar las situaciones.

Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una Hostia. Esto hace Jesús, que es Pan partido para romper las corazas de nuestro egoísmo. Esto hace Jesús, que se da a sí mismo para indicarnos que sólo abriéndonos nos liberamos de los bloqueos interiores, de la parálisis del corazón.

El Señor, que se nos ofrece en la sencillez del pan, nos invita también a no malgastar nuestras vidas buscando mil cosas inútiles que crean dependencia y dejan vacío nuestro interior. La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo.

Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca nuestro!

Queridos hermanos y hermanas: Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.



sábado, 13 de junio de 2020

La vuelta a los medievales pasando por la modernidad


LIBRO DEL ARBOL DEL CONOCIMIENTO - portafolio.EMontealegre
Foto: Google Sites 
La palabra medieval no siempre es bien aceptada. Ahora quisiera ofrecer una pincelada al aporte filosófico del maestro dominico Tomás de Aquino (1224/5-1274). Su pensamiento se enmarca en la línea de pensamiento del realismo y constituye una luz para el análisis de qué le pasa al hombre y cómo entenderlo.
Para un espectador foráneo, que hace una mirada panorámica a la obra y temas del Aquinate, es sumamente sugerente el itinerario que emprende Tomás de Aquino en el planteamiento de las cuestiones referidas al hombre en el ser y obrar.
El Aquinate resuelve primero problemas ontológicos del hombre antes de afrontar cuestiones estrictamente humanas y, por consiguiente, morales también. Por ejemplo, véase el tratado sobre el hombre en la Summa theologiae, qq.75-102.
Tomás de Aquino realiza una síntesis original filosófica. Sus aportes en temas humanísticos conservan el frescor de quien ofrece una mirada profunda a la realidad del hombre y su obrar.
Esto permite entablar un diálogo con las diversas disciplinas científicas que estudian al ser humano. En lo que se refiere a los presupuestos ontológicos y antropológicos Tomás de Aquino tiene como fuente primaria los aportes de Platón y Aristóteles. Además la luz de la fe da un brillo mayor todavía.
Tomas asume todo lo valioso de sus predecesores. Cuando de la verdad se trata no hay qué temer. Así, precisamente Platón sería el representante del dualismo y Aristóteles de la unidad dual. El planteamiento de Tomás de Aquino se sitúa en la línea aristotélica, es decir, la unidad dual.
¿Cómo entender el obrar humano? De allí que para el estatuto de una ética de la virtud es necesario considerar la constitución profunda del ser humano. El peligro en no afrontar esa realidad es quedarse en la periferia u ocuparse sobremanera en lo accidental; puesto que, de las realidades del universo el hombre ocupa un lugar central relativo y requiere considerar los aspectos fundantes del ser humano.
El olvido de esta dimensión tiene como consecuencia inmediata, para la toma de decisiones, o la “divinización” o la “minusvaloración” de lo que realmente es el hombre y la posibilidad de adquirir hábitos buenos.
El hombre es unidad de cuerpo y alma. Hay que insistir en esto que ha sido tirado por tierra desde la modernidad. Considerar la constitución hilemórfica (materia y forma / cuerpo y alma) del hombre es una cuestión clave para diversos planteamientos éticos en aras de fortalecer la configuración virtuosa del hombre y la vida feliz, puesto que la virtud es un hábito, cualidad buena, desarrollo, expresión máxima del ser humano.
Con los buenos hábitos el ser humano alcanza su plenitud incluso dentro de la fragilidad y finitud que le caracteriza, puesto que le hace ser más realista y necesitado del buen obrar. Desde una perspectiva pedagógica denominaríamos a este perfil como enfoque por competencia, puesto que pone en marcha y articula diversos elementos para solucionar un problema. En este caso el problema de la unidad de sí mismo.
Las ciencias que potencian las habilidades humanas, como pueden ser especialmente las psicológicas y afines junto con la educación, pueden ser enriquecidas en sus objetivos por la consideración hilemórfica. Puede que se presenten recelos al asumir esa actitud abierta, pero deben superarse en aras del rigor científico.
Así podría lograrse una integración y conducir al estado de virtud antes que una mera técnica o habilidad exterior válidas para algunas circunstancias. Se trata de buscar un mutuo desarrollo entre el ser y el obrar, es decir, lograr una armonía profunda y estable que cada vez se hace más arraigado y por su puesto como disposición (hábito) para obrar bien.
La visión únicamente científica y técnica sobre el hombre implica ya de por sí deterioro personal, puesto que el gran ausente es el hombre mismo; ya los filósofos alemanes del siglo XX como Heidegger y Gadamer advirtieron sobre esto. 
En este sentido es fácil constatar el afán prometeico de las herramientas tecnológicas y técnicas humanas para generar cambio personal y por tanto cultural. La tecnología en sus diversos aspectos tiene un carácter instrumental para el hombre. No obstante, las conquistas de la inteligencia humana son algo fascinante, pero conviene no postergar el crecimiento en las virtudes o hábitos buenos, que es lo que realmente nos perfecciona intrínsecamente. 
Con frecuencia observamos la devaluación de la capacidad cognoscitiva, y por consiguiente también de la capacidad volitiva del hombre. Estas dos facultades inmateriales o espirituales permiten alzar el vuelo hacia la trascendencia de yo en búsqueda del tú incluso hacia el infinito.
Entonces estas líneas de fuerza que opacan la condición humana más profunda en el conocer u obrar vendrían por la ausencia de asumir con rigor la inmanencia y trascendencia del hombre. En realidad, el hombre es el único que tiene la posibilidad de que su interioridad pueda hacerse más madura con las ideas, pensamientos, recuerdos, afectos e historia vivida.
En las circunstancias actuales hay como dos contextos donde se eclipsa lo más elemental del ser humano: por un lado, en el plano filosófico por la posmodernidad, la deconstrucción y la hermenéutica; y, por otro lado, desde el quehacer científico, en particular desde el tecnooptimismo, mediante el afán de superar cualitativamente, o en el peor de los casos sustituir, la inteligencia humana, decisiones y el dominio de sus actos por el desarrollo de la inteligencia artificial, la biotecnología, los Big Data, la robótica.
También está aquí todo el campo neurocientífico naturalista que una mirada más integrada del hombre haría mucho bien al mismo hombre. El problema está en el enfoque reducido y parcial que excluye la posibilidad de diálogo e integración que reclama la naturaleza humana. ¿Aún podemos seguir hablando de los medievales?
Por: Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com


miércoles, 10 de junio de 2020

La religión de la libertad: porque amas crees


LA VERDADERA LIBERTAD EN EL AMOR - Joya Life

“Si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 5, 20-26).


Las palabras de Jesús de Nazaret son claras. Para entrar al cielo únicamente se ingresa por la puerta del amor y de la cruz de cada día, especialmente la que sale al encuentro imprevisto, además de un amor libre. Todos estamos propensos a caer en postura farisaicas.

¿Cómo entender la religión? ¿Cómo relacionarse con Dios y sus planes? No hay mejor respuesta que con la libertad henchida de amor. Aquí algunos tips:

·       Sobre todo ama. Ve la religión y a Dios como la fuente del amor que no sea acaba. Amar quiere decir dar lo mejor de sí.
·       Compromiso libre. La fe es una respuesta libre al Dios que busca e invita antes.
·       Desarrolla tu interioridad. Establece un recinto de escucha y diálogo en lo más profundo de tu ser. Dios es persona e interpela.
·       Cuando se trata de algo bueno olvídate del qué dirán, qué pensarán, cómo me mirarán. Has lo que es bueno.
·       Déjate ayudar. Obedece el buen consejo que puedes recibir.
¿Te propones vivir la libertad con la fuerza de la fe y del amor?

P. Arnaldo Alvarado
10 junio 2020

domingo, 7 de junio de 2020

Santísima trinidad: Reflexiones


Reflexiones del Papa Francisco en la fiesta de la Santísima Trinidad

Amazon.com: Trinidad Santa Icono ortodoxa Rusa Antiguo Testamento ...


Durante el rezo del Ángelus de este domingo 7 de junio, el Papa Francisco invitó a los católicos a orar a la Virgen María, morada de la Trinidad, para orientarse siempre “hacia la meta que es el Cielo”.

“Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo”, indicó el Santo Padre.

Al reflexionar en el pasaje del evangelio del primer Domingo del tiempo ordinario, fiesta de la Santísima Trinidad, el Pontífice destacó que el lenguaje sintético del apóstol San Juan (Juan 3, 16-18) Jesús muestra “el misterio del amor de Dios al mundo, su creación” en el breve diálogo con Nicodemo.

“Jesús se presenta como Aquél que lleva a cabo el plan de salvación del Padre para el mundo: ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único’. Estas palabras indican que la acción de las tres Personas divinas – Padre, Hijo y Espíritu Santo – es todo un plan de amor que salva a la humanidad y al mundo”, dijo el Papa.

En esta línea, el Santo Padre señaló que se trata de “un diseño de salvación para nosotros” ya que “Dios creó el mundo bello”, pero reconoció también que el mundo “está marcado por la maldad y la corrupción” por lo tanto “Dios podría intervenir para juzgar el mundo, para destruir el mal y castigar a los pecadores”.

En cambio, el Papa Francisco recordó desde la ventana del palacio apostólico vaticano que Dios “ama al mundo, a pesar de sus pecados; Dios nos ama a cada uno de nosotros incluso cuando cometemos errores y nos distanciamos de Él. Dios Padre ama tanto al mundo que, para salvarlo, da lo más precioso que tiene: su único Hijo, que da su vida por la humanidad, resucita, vuelve al Padre y, junto con Él, envía el Espíritu Santo. La Trinidad es, por lo tanto, Amor, amor completamente al servicio del mundo, al que quiere salvar y reconstruir”.

Sentirse amados por Dios

“Hoy pensando al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo pensemos al amor a Dios. Sería lindo que hoy sintiéramos que Dios me ama. Este es el sentimiento de hoy”, animó el Papa quien explicó que “cuando Jesús afirma que el Padre ha dado a su Hijo unigénito, recordamos espontáneamente a Abraham, quien ofrecía a su hijo Isaac, como narra el Libro del Génesis: ésta es la “medida sin medida” del amor de Dios.

Además, el Santo Padre invitó a pesar también “en cómo Dios se revela a Moisés: lleno de ternura, misericordioso y piadoso, lento en la ira y lleno de gracia y fidelidad. Así dice el libro del Éxodo. El encuentro con este Dios animó a Moisés, quien, como nos dice el libro del Éxodo, no tuvo miedo de interponerse entre el pueblo y el Señor, diciéndole: ‘Aunque sea un pueblo de dura cerviz, perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya’”.

“Y así ha hecho Dios enviando a su Hijo, nosotros somos hijos de Dios en el Espíritu Santo. Nosotros somos la herencia de Dios”, destacó el Papa quien añadió que la fiesta de la Santísima Trinidad “nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también belleza, bondad y verdad humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en mi historia, en nuestra historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna. Y esto es la fe: acoger a Dios-Amor, acoger a Dios-Amor que se entrega en Cristo, que nos mueve en el Espíritu Santo, dejarnos encontrar por Él y confiar en Él”.

La fiesta de la SantísimaTrinidad nos invita a dejarnos fascinar por la belleza de Dios; belleza, bondad y verdad inagotable. Y también humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra historia, para que cada hombre y mujer pudiera encontrarla y obtener la vida eterna.

Por último, el Papa Francisco explicó que precisamente ésta es la vida cristiana, el Amor: “Encontrar a Dios, buscar a Dios, y Él nos busca antes, Él nos encuentra en primer lugar”.

“Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo”, concluyó.



martes, 2 de junio de 2020

El Dios vivo


Evangelio, poder de Dios para salvación · "Tenemos un Dios vivo ...

“¿No han leído…Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos. Están equivocados” (Mc 12, 18-27).


En este caso son los saduceos, quienes eran un grupo religioso judío, pero no del todo creyentes, dejaban de lado la vida que hay más allá de la muerte y estaban más pendientes de los progresos y logros de esta vida.

Con relativa frecuencia queremos encerrar nuestra verdad, la verdad de los demás, del universo y de Dios según nuestro parecer o antojo. En esas ocasiones es nuestro interés mezquino aquello que lo motiva. Esta forma de pensar, actuar y sentir, que hacemos depender todo únicamente de cómo lo entendamos, en algún momento se vuelve dramático.

También ocurre que rebajemos el mensaje de Dios y su palabra. Tal es el caso, por ejemplo, afirmar que hay una vida después de esta. No lo tomamos en serio. Estamos tan metidos en las preocupaciones del día a día que nos olvidamos del más allá.

Se trata de prestar atención a ambos aspectos. Hacer nuestras responsabilidades del aquí y ahora como deben ser; y, pensar que de esa manera reflejamos nuestra esperanza en dejar lo mejor para los que vienen. Además, así se gana lo mejor para lo que nos espera en la vida después de la muerte.

La muerte es el paso a la eternidad. Con la muerte no se acaba todo, no. Es un paso para vivir para siempre en la vida o la muerte eterna, esto es, del desamor del infierno.

¿Valoras que al final de los tiempos resucitarás y Dios hará resplandecer la justicia, la verdad, que ahora vemos a tientas? ¿Te propones valorar ese juicio justo y misericordioso de Dios?

P. Arnaldo Alvarado
1 junio 2020

domingo, 31 de mayo de 2020

Pentecostés


Pentecostés: Homilía del Papa Francisco

Pentecostés (el Greco) - Wikipedia, la enciclopedia libre

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.

La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.
Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.
Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.



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