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domingo, 31 de mayo de 2020

Pentecostés


Pentecostés: Homilía del Papa Francisco

Pentecostés (el Greco) - Wikipedia, la enciclopedia libre

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.

La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.
Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.
Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.



domingo, 24 de mayo de 2020

La ascensión del Señor al Cielo: Perseverar y salir


Série "Aux sources de l'œuvre de Luc" (1/4) : L'Ascension, un ...
Foto: Journal Réforme

Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos


Lo vieron levantarse. Jesús se ha marchado al cielo en la presencia de los Apóstoles. Es un hecho histórico. Los apóstoles están admirados de esa partida y fortalecidos, pero todavía no del todo. Durante cuarenta días el Señor les ha confirmado en la fe y la misión. Desde el cielo enviará el Espíritu Santo para acompañarnos. Ahora toca la hora de la salida, el tiempo de la misión de la Iglesia.

Galileos qué hacen allí parados. Todo cristiano es discípulo del Señor y participa de la misión de cristo desde el día del bautismo. Se trata de llevar el anuncio de cristo en sus vidas y testimoniarlo ya en la casa, la familia, el trabajo, los amigos, la cultura y la sociedad. La fe crece por atracción antes que por la imposición. Es la hora de la evangelización.

Todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Jesús está sentado a la derecha del Padre quiere decir que tiene el mismo poder de Dios. Dios es uno solo. Hay una sola naturaleza divina en tres personas. Jesús que vino en Belén en la humildad de la carne vendrá majestuoso al final de los tiempos con todo su poder. Esa venida será conocido por todos. Su juicio será definitivo con justicia y misericordia. Allí se establecerá toda verdad, justicia, belleza y libertad. Si en algo eres inocente o responsable de algo allí serás reconocido.

Y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Ahora estamos en el tiempo. Vivimos peregrinos en la tierra. Se tiene ya el cielo en anticipo cuando se está en paz, justicia, serenidad, armonía con Dios y los demás. Donde hay amistad con Dios allí está el cielo. Toca hacer el cielo en la tierra en medio de las durezas, alegrías e injusticias de la vida con la esperanza de un reino definitivo.

Vale la pena considerar que Jesús es el Señor y tiene preparado muchos bienes para quienes perseveran en la verdad, bien, justicia, belleza y lo aman. Únicamente Él puede salvarnos. Puedes pasar por momentos muy duros de injusticias, calumnias, males, como esta pandemia, pero si amas a quien sufre, te compadeces, batallas por mejorar tu persona, esperas que hay un más allá y lo llevas con la fuerza de la fe ya estás haciendo el cielo en tu corazón.

Buen domingo a todos.

P. Arnaldo Alvarado

domingo, 17 de mayo de 2020

VI Domingo de Pascua: guardar la palabra


El nuevo mandamiento - Wikipedia, la enciclopedia libre

Si me aman guardarán mi palabra

Si me aman guardarán mi palabra. Este es la clave de quien sigue al Señor. Se trata de asumir sus enseñanzas de Dios que satisfacen el deseo más profundo del corazón humano. El mensaje que Jesús nos ha expresado, en realidad, tiene como origen en Dios Padre. Además, es el Espíritu Santo quien nos acompañará y recordará todo.

Aceptar los mandamientos y amar son las condiciones más elementales de todo seguidor de Cristo. Amar al Señor significa introducirse en el misterio más profundo de Dios. Es asumir el seguimiento libre fortalecido con el amor y la gracia de Cristo. En definitiva, la moral, más que seguir códigos, normas, etc., es imitación de Cristo.

Jesús conoce hasta el fondo a toda persona. Es realista y sabe de la situación que vive cada discípulo. Puesto que, en el camino de la fe junto al gozo de ser amados, hay serias dificultades, incertidumbres, dudas. ¿Qué le toca al discípulo? Imitar a Cristo que pasó haciendo el bien. Este es el mayor estilo del cristiano: seguir a Cristo.

El discípulo sigue a una persona que acoge, se interesa, acompaña, ama. No es una idea, sentimiento o decisión ética lo que nos mueve seguir al Señor, sino el amor de Dios. Entonces ante las durezas de la vida, de cualquier tipo, puedes soportarlo en el Señor. Ya alguien asumió ese camino, nos ha precedido en tocar fondo. Aún más cuando aparecen las contradicciones y persecuciones “mejor es padecer obrando el bien”.

El cristianismo es la realización del amor, la libertad en el seguimiento a Cristo. La gran noticia es que no estamos solos. El Paráclito, el Espíritu Santo, nos acompaña. Va al lado del discípulo, defiende y recuerda. Hay momentos de la vida que se siente la soledad, la crítica, la tristeza y la ingratitud cuando haces el bien. Recuerda que hay alguien que te acompaña.

Persevera en hacer el bien. Por el bautismo y la confirmación se posee el Espíritu de Jesús. ¿Sigues al Señor en el día a día? ¿Estás dispuesto a perseverar en el amor? ¿las dificultades te asustan y sabes quién es tu fortaleza? ¿Te rindes ante calumnias, acusaciones, ingratitudes, deseos no cumplidos, críticas y persecuciones? ¿Sabes que no estás solo?

Acudamos a María, la madre de Dios y madre nuestra. Una madre siempre acompaña a sus hijos hasta el final.  

Buen domingo a todos.
P. Arnaldo Alvarado

lunes, 11 de mayo de 2020

Homilía V Domingo de Pascua: perfil del creyente


Lectio Divina de Jueves Santo, Cena del Señor.
Foto: Provincia Mercedaria de Chile

¿Por qué tiembla su corazón?

El domingo V de la pascua encontramos señalado por Jesús una radiografía de la condición de ser creyentes. El contexto del discurso es en la última cena. Jesús se hace empático con sus discípulos, les dice la verdad y anima sus corazones desfallecidos (Jn 13). 

La fe se funda en Cristo como plenitud de la revelación; revela el rostro de Dios Padre y unge con el Espíritu Santo. Entonces creer significa depositar la confianza en alguien que es persona, acoge sin condiciones, salva de las necesidades más profundas como es el mal, el dolor, el sufrimiento, la injusticia, el pecado y la muerte; acompaña en el camino.

La condición de creyente tiene de por sí una dimensión dinámica. Jesús nos pone en dos realidades; esto es, el aquí y ahora y el más allá. Con respecto al aquí y ahora hace consciente al discípulo de la realidad de ser peregrino, está de paso. En ese caminar se recibe muchas bendiciones, se experimenta dificultades, se mantiene la esperanza.

Mientras estamos en esta vida se anticipa el cielo cuando se vive la caridad, el perdón y la paz. En efecto, los apóstoles se preocupaban por las necesidades ajenas y hacen efectivo la caridad en la atención a las viudas.

El diagnóstico de una necesidad implica tener en claro que el amor es ordenado; de allí que las columnas de la Iglesia, sin descuidar la caridad, prefieren encomendar a los diáconos (Servidores) la tarea caritativa y ellos dedicarse a la oración y la predicación.

Qué importante es la tarea de discernir y servir. Dar el justo lugar a cada realidad. El cristiano como piedra viva orienta todas las realidades que experimenta según el querer de Dios y el bien suyo y de los demás. Son caras de una misma moneda.

El perfil del servidor está en buena fama (honestidad), llenos de Espíritu Santo (Amor), provisto de abundante sabiduría (inteligencia iluminada por la fe).  Pero también una característica de la piedra es el riesgo de ser rechazado y no por eso se deja de vivir la caridad. El servicio caritativo empieza ya en el modo de hacer familia, trabajo y recreación.

Con respecto al más allá las revelaciones de Jesús son claras. Hay mucho que esperar y recibir después de esta vida. Aquello es real. Todo lo que se realice tiene sentido tanto para aquí como para allá, pero la gran diferencia es la plenitud, el todo del más allá.

Como discípulo de Cristo se debe fundar la fe en Dios. El cristiano se distingue por la caridad, porque pasa haciendo el bien. La fe se vuelve operativa por el amor que se goza ya del cielo en esta vida y luego se espera recibir en plenitud.
Buen domingo a todos.

P. Arnaldo Alvarado

miércoles, 6 de mayo de 2020

Pasión por servir, el mejor estilo para vivir


Cuatro razones por las que tienes que mejorar tu servicio de ...
Foto: Marketing4eCommerce



Con estas palabras Jesús se pone como ejemplo para sus discípulos en el afán de servir con toda libertad. En efecto, El Señor hace la voluntad del Padre hasta la muerte en la cruz. Precisamente de esa obediencia vino muchas bendiciones.

Iniciar proyectos de la vida con afán de hacer un buen servicio es la clave del éxito. Servir quiere decir ocuparse, hacerse parte especialmente de las necesidades de quienes tienes más cerca. No es fácil aún cuando ronda el pánico, la escasez y la incertidumbre. Cuando la vocación de servicio escasea el estilo de vida corre riesgo.

Tienes que mirar personas en quienes están impresa la imagen y semejanza de Dios. Puede que sea de tu agrado o no, e incluso te devuelvan mal o no te agradezcan, pero es una ocasión de ver una oportunidad para hacer detalles en su favor por amor a Dios.

¿Cómo se concreta el servicio? Estos días de la pandemia puede ser: mantener la calma, llevar una palabra de consuelo, compartir lo que esté a tu alcance, consolar a quienes han perdido un familiar, brindar seguridad y crear un clima de cuidado de la salud, dar trabajo y esperanzas, tu oración incesante por quienes están apostando sus vidas por paliar el dolor y sufrimiento en este tiempo de crisis. Algo también relevante, no gastes más de lo debido de los recursos que se disponga.

Sabes: “Quien no vive para servir, no sabe vivir”. ¿Te propones hacerlo efectivo?

P. Arnaldo Alvarado
25 marzo 2020

domingo, 3 de mayo de 2020

IV Domingo de Pascua – Domingo del buen pastor: Escuchar, seguir y acompañar


Foto: Buen Pastor en las catacumbas de Priscila (Segunda mitad del siglo III)

Escuchan mi voy y me siguen
Este día inicio de la IV semana de pascua es denominado el domingo del buen pastor. Jesús es el buen pastor y estamos invitados a pertenecer y permanecer como su rebaño con el gozo de quien es custodiado, acompañado y salvado. Como discípulos nos queda creativamente escuchar, seguir y cuidar.

Con motivo de este día del buen pastor se hace partícipes a todos los compromisos de fomentar y ayudar a descubrir la vocación a la vida consagrada, religiosa o sacerdotal. Decisión que implica un acto de libertad y amor firme para seguir algo grande y cooperar con la misión de Cristo a velar por los otros.

Este signo de buen pastor cobra un nuevo brillo con Cristo. Ya en el Antiguo Testamento se puede percibir a Dios como aquél que conduce y pastorea a su pueblo. Pero ¿Cuál es la novedad? Es que ese pastor no sólo conduce a todos, un pueblo, una comunidad, sino que conoce a cada uno de manera personal y sobre todo lo salva de todos los signos del mal.

Es sumamente interesante que durante el siglo III aparecen frescos con la imagen de Jesús buen Pastor en las catacumbas romanas de San Calixto y Priscila.  Está representado Jesús como aquél que lleva sobre sus hombros un miembro de su rebaño y cuida de él.

Junto a la figura tierna del buen pastor que vela y conoce a los suyos está el anuncio incansable y con toda valentía que realizan los apóstoles y los primeros cristianos sobre Cristo resucitado. Sin Jesús, el Señor, no puede entenderse la condición del discípulo.

Digamos algo más de la figura del oficio pastoril. Quien desempeña ese trabajo en la vida laboral sabe que está lleno de compromiso, sacrificio y amor. El pastor se caracteriza porque acompaña, vela, se olvida de sí y conoce de los detalles de cada miembro de su rebaño, puesto que llama y es reconocido por cada uno. ¿Cuidas del rebaño familiar que se te ha confiado?

Mientras que lo propio del rebaño es asumir una actitud creativa de escucha y seguimiento la voz de su pastor. Escucha significa disposición para acoger el mensaje de guardarse o salir del peligro, de advertencia e impulso del valor de sí, audacia y sosiego frente a las cosas complejas de la vida. La gran realidad es que este pastor, Cristo, sigue guiando a su rebaño. Está vivo y hay que acudir a su palabra.

Ante la cultura contemporánea donde prima la autorrealización no es fácil asumir las actitudes de escucha del discípulo. Hay demasiadas distracciones. Las sorderas son peligrosas. ¿Cuáles podrían ser esas sorderas? Resentimientos, pleitos, egoísmos, desórdenes, orgullo, falsas seguridades y desesperaciones.

Fácilmente el hombre quiere escabullirse del radio sin frontera de amor y libertad que Dios tiene preparado. Quizá las ofertas de parajes fantasiosos se muestran como alternativas inmediatas a anotarse sin medir las consecuencias. Para seguir hace falta nobleza y espíritu magnánimo.

El peligro de la fragmentariedad, quiebre y deterioro interior (del alma) de la persona imposibilita sintonizar con la voz de quién realmente conoce lo más profundo del ser humano. Entonces no lo puedo seguir. Hay otras voces que me parecen más atractivas.

Definitivamente Jesús es el buen pastor que nos conoce, se acerca y permanece en vela, cura nuestras heridas, nos salva del signo del mal, confía en lo que podemos hacer y nos impulsa a cuidar especialmente de las personas que se nos ha confiado sea en la condición que estemos. Pidamos también a Dios que siempre haya muchos trabajadores en la viña y el rebaño del Señor.

Buen domingo a todos.

P. Arnaldo Alvarado

domingo, 26 de abril de 2020

III Domingo de Pascua: De la tristeza al gozo


Emaús México
Foto: Emaús.mx

Sentíamos arder nuestro corazón
¡Lo de Jesús de Nazareth! En este tercer domingo de la pascua suena con fuerza los acontecimientos de Cristo en su pasión, muerte y resurrección anunciado por los apóstoles y la comunidad cristiana. La liturgia de hoy nos presenta en el evangelio el pasaje de los discípulos de Jesús camino a Emaús (Lc 24, 13-35).

Dicen que ha resucitado. Es el día de la Resurrección. Estos seguidores de Cristo han oído el relato de las mujeres y los apóstoles sobre la resurrección de Cristo. Aún no están convencidos. Es más, presenciaron la muerte y sepultura del Señor. Tienen sobre sí el peso del fracaso, sus esperanzas están a punto de desaparecer. Las cosas no han salido como lo tenían planeado humanamente.

Lo mataron en una cruz. Tienen bien contabilizado todos los hechos que ha sucedido con su maestro. Saben todo, pero les falla la interpretación de los acontecimientos. Se han olvidado las profecías. No tomaron en serio las palabras del Maestros cuando anunció su padecimiento en la cruz. Se apartan de la comunidad, de los amigos. Están defraudados.

En el camino se encuentran con un desconocido que se hace parte de sus pesares y tristezas. Éste se involucra, se hace parte del sufrimiento de aquellos dos hombres. Pero un detalle: ambos abren el corazón sin saber a quién decían sus cosas. Es el poder de la confianza. Hablar en el momento oportuno nos hace mucho bien.

Comenzó a explicarles las escrituras. Aquel peregrino asume la situación de ambos amigos y comienza a involucrarse. La tristeza y desesperación es tan fuerte en aquellos hombres que aún no reconocen, pero si intuyen que es alguien especial. Hasta llegar a la aldea donde lo reconocen al partir el pan. Por fin se les abrió los ojos.

Se nos ha aparecido. A continuación, tenemos algo muy interesante. Es el reconocer y encontrarse con el resucitado. Ese hecho les cambia realmente toda la vida. Ahora vuelven a Jerusalén y se incorporan a la comunidad de los apóstoles y dan testimonio de lo que les ha pasado en el camino y cómo lo reconocieron al explicarles las escrituras y la fracción del pan.

Este relato de la escritura, cuya narración pertenece a Lucas 24, es realmente la radiografía del cristiano y de toda persona. Cuando sobrevaloramos nuestras expectativas, seguridades solo en nuestro yo prácticamente corremos el riesgo de perder los papeles. Lo único que se nos puede ocurrir es escapar del problema por la desesperación, apartarnos de todos, rendirnos a la soledad y tristeza. Sí, todo eso siente el corazón humano. Pero ¿Cómo dar una buena interpretación a esos hechos que pasan en nuestra vida y la historia?

Abrir el corazón, es decir, mostrar más profundo de nuestro ser a quién puede ayudarnos. Escuchar con buenas disposiciones para abrir horizontes y oportunidades. Reconocer que no estamos solos. Hay alguien que camina junto a nosotros. Entonces así podemos decir “Quédate con nosotros porque anochece”.

Emaús es nuestra radiografía. Ese Emaús ahora es todo lugar de la existencia humana donde el encuentro con Cristo puede dar sentido a todo lo que pensamos, sentimos y hacemos. La fe también tiene ese aspecto de misterio, es decir, de aquello que sobrepasa nuestro entender. Nos toca permanecer cerca de quienes pueden ayudarnos y ayudar a quienes pasan por esa situación.

P. Arnaldo Alvarado

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