Foto: Catholic-link
“Si tu
hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a
tu hermano”. Este es el mandato evangélico de la corrección fraterna. Es una
obra de misericordia espiritual. Pertenece a la caridad. Se ha vivido en la Iglesia
desde los inicios del cristianismo, puesto que el Señor Jesús mismo nos enseñó.
Los que conocían a los cristianos decían: “miren cómo se aman”.
Hay
distintas formas de expresar la caridad. Una de ellas, quizá la más difícil es ésta:
corregir al que equivoca. Este sí que es fina caridad. Supone valentía.
¿Cómo
puedes vivir esta obra de misericordia? En estos casos se aconseja: antes de
ayudar ora por la persona, ofrece algún sacrificio, consulta a quien puede
orientar tu gesto de fraternidad y luego ayuda pronto.
Hay
escusas para dejar de hacer correcciones fraternas. Ellas son: Pero si yo
también me equivoco, tengo los mismos defectos o incluso los tengo más, qué dirá,
qué pensará, se molestará conmigo, dirá que le estoy haciendo quedar mal, soy
su amigo. Todos estos son falsos respetos humanos que conviene superar.
Además,
la corrección fraterna es para ayudar a solas, personalmente, con cariño, sin
herir ni mucho menos humillar. Recuerda que decir las cosas directamente es un
gesto de lealtad y gran humanidad. Estamos para ayudarnos unos a otros. Siempre
podemos ser misericordiosos.
Imagínate
que alguien a tu lado se muere de hambre, de sed y no haces nada teniendo toda
la capacidad de hacerlo. Pues lo mismo pasa cuando omitimos este gesto de
fraternidad.
Es
hora de que superes las falsas humildades e ideas que te desaniman. Atrévete
ayudar, empieza por las cosas pequeñas. San Maximiliano Kolbe, cuya memoria
celebramos hoy, dijo: "Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha
sido señalado para morir de hambre".
¿Eres
caritativo ayudando a salir del pecado o errores de quienes tienes más cerca?
P.
Arnaldo Alvarado
14 Agosto
2019