Tomas las medidas oportunas en este día de fiesta...
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miércoles, 17 de enero de 2018
Todo sobre el Papa Francisco en el Perú
Todo sobre el Papa en su visita al Perú
1)
¿Quién
es el Papa?
El Papa, Obispo de Roma y sucesor de san
Pedro, es el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad de la
Iglesia. Es el Vicario de Cristo, cabeza del colegio de los obispos y pastor de
toda la Iglesia, sobre la que tiene, por institución divina, la potestad plena,
suprema, inmediata y universal. (cfr. Compendio CIgC 182)
2) ¿Cuál es la misión del Papa?
Como sucesor de san Pedro y cabeza del
colegio episcopal, el Papa es el garante de la unidad de la Iglesia. Tiene la
potestad pastoral suprema y es la autoridad máxima en las decisiones
doctrinales y disciplinares.
Jesús otorgó a Pedro una primacía única
entre los apóstoles. Esto le convirtió en la autoridad suprema de la Iglesia
primitiva. Roma, la Iglesia local al frente de la cual estaba Pedro, y el lugar
de su martirio, se convirtió después de su muerte en la orientación interior de
la Iglesia naciente. Toda comunidad debía estar de acuerdo con Roma; ésta era
la regla de la fe recta, plena y apostólica. Hasta nuestros días, todo obispo
de Roma, como Pedro, es el supremo Pastor de la Iglesia, cuya verdadera Cabeza
es Cristo. Sólo en esta función es el Papa el «Vicario de Cristo en la tierra».
Como autoridad suprema pastoral y doctrinal, vela por la transmisión auténtica
de la fe. Si es necesario debe retirar el permiso de enseñanza o suspender a
ministros ordenados en casos de faltas graves en su ministerio en cuestiones de
fe y moral. La unidad en cuestiones de fe y moral, que está garantizada por el
magisterio, al frente del cual está el Papa, constituye una parte de la
capacidad de resistencia y del atractivo de la Iglesia católica. (cfr. Youcat
141).
3) ¿Quién constituyó a San Pedro como el primer Papa?
¿Cuándo y cómo?
Fue designado directamente por Jesucristo cuando le dijo:
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16,16). Esta
promesa Cristo la va a ratificar poco antes de subir al Cielo cuando por tres
ocasiones preguntó a Pedro si lo amaba, y por tres veces Pedro contestó que sí,
a lo que Nuestro Señor le dijo: “Apacienta mis ovejas” (cfr. Jn 21, 15-17).
4) ¿San Pedro tenía conciencia de ser el
primer Papa, es decir, tenía conciencia de la responsabilidad que Jesús le
había dado? ¿Ejerció esa responsabilidad?
Sí, y la ejerció desde que Jesucristo lo
constituyó como principio y fundamento de la unidad de la Iglesia (cfr. Mt
16,16). Por ejemplo, es el primero en admitir a los paganos en la fe traída por
Cristo (cfr. Hch 10,34-43)
5) ¿Gozaba Pedro de gran aprecio entre los
primeros cristianos?
Sí, lo cual lo demuestra entre otros
sucesos, cuando Pedro fue encarcelado, los cristianos, preocupados por su
suerte, rezaban por él fervientemente (cfr. Hch 12, 5-12)
6)
¿Los
sucesores de Pedro, el primer Papa, tienen sus mismas funciones?
Sí, conservan las mismas
funciones.
P. Arnaldo Alvarado
martes, 5 de diciembre de 2017
Claves para la orientación vocacional: Escuchar, discernir, vivir
Claves para la orientación vocacional: Escuchar, discernir,
vivir
¿Quién soy? ¿Qué puedo hacer en la vida?
Son preguntas fundamentales que todo adolescente y joven particularmente tiene que resolver. A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas:
El
próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación
entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la
oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos
dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para
los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV ASAMBLEA
GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional,
introducción).
Esta
es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni
somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que
nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.
También
en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos
recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa
por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra
ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría.
En
la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se
necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y
que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace
también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena
felicidad.
Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el
comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de
lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha
de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado
y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).
Escuchar
La
llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos
oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo
silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que
su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan
nuestra mente y nuestro corazón.
Es
necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la
vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer
los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las
sorpresas del Espíritu.
Si
permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la
apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no
podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para
nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en
protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con
nosotros.
También
Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer
la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo,
pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la
historia del pueblo de Israel.
Esta
actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad
ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que
llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras
ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión
interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación,
reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a
cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para
nosotros.
Como
sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf.
Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta
Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se
abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).
Discernir
Jesús,
leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el
contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban
al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a
los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año
de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Del
mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo
mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega
a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las
elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los
Obispos, XV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional, II, 2).
Descubrimos,
en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética.
Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en
situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral,
para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de
Dios.
Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de
la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los
acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir
las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.
También
hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las
tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el
Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales
él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde
dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser
continuador de su misión.
Vivir
Por
último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a
muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por
Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los
ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente
«hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc
4,20).
La
alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos,
no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si
permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo
más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo
de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el
presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio;
a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a
convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.
Este
«hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue
«bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su
misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación
de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que
nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es
hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los
hermanos, totalmente y para siempre.
El
Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos
para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros
límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto,
discernir nuestra misión personal en la Iglesia y
en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.
María
Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la
Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro
camino.
Fuente: 5.12.2017https://www.aciprensa.com/noticias/texto-mensaje-del-papa-francisco-sobre-el-discernimiento-vocacional-95684
miércoles, 1 de noviembre de 2017
¿Qué hay después de la vida terrena?
La
muerte y la vida ¿Hay algo más después de la vida terrena?
La
razón humana ante la experiencia de los signos de la muerte reclama un medio
más fuerte para entenderla. Se ha pensado mucho sobre ella. Autores como Nietzsche,
Sartre, Camus se han rendido ante el peso oscuro.
Pero ¿Cómo
entender la muerte? ¿Cuál es su sentido? ¿Cómo esperar la vida incluso después
del paso del tiempo? Son aspiraciones humanas que pueden ser respondidas desde
el autor de la vida: Cristo.
¿Qué es la muerte?
La muerte es la
separación del alma y el cuerpo.
Desde la visión
cristiana ¿Cuál es el sentido de la muerte?
El sentido de la
muerte cristiana es incorporarnos a la muerte de Cristo para pagar por nuestros
pecados y pasar de este mundo al encuentro con Dios, en una glorificación
semejante a la suya.
¿Qué quiere decir la resurrección de la carne?
La resurrección de la
carne quiere decir que al fin del mundo resucitaremos todos, volviendo a tomar
cada alma el cuerpo que tuvo en esta vida, para nunca más morir.
¿Qué significa el
término carne?
El término carne
designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad.
¿La vida cristiana en
la tierra es participación en la resurrección de Cristo?
Gracias al Espíritu
Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la
muerte y en la resurrección de Cristo.
¿Quiénes resucitarán?
Resucitarán todos los
hombres que han muerto: «los que hicieron
el bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que hicieron el mal
saldrán para la resurrección del juicio” (Jn 5, 29).
¿Por qué ha dispuesto
Dios la resurrección de los cuerpos?
Dios ha dispuesto la
resurrección de los cuerpos para que, habiendo el alma obrado el bien o el mal
junto con el cuerpo, sean también junto con su alma premiados o castigados.
¿Cómo será la
resurrección de la carne?
No sabemos de qué
modo resucitará la carne, en todo caso es preciso apelar al poder infinito de
Dios.
En conclusión: acepta tu vida
como un don y una responsabilidad. Puedes ser feliz ya pero totalmente en el
más allá. Prepárate para la inmortalidad con tus buenas acciones.
P. Arnaldo Alvarado
viernes, 29 de septiembre de 2017
La esperanza, mantiene en pie la vida
Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza, porque la esperanza tiene sus enemigos. Como cada bien en este mundo, tiene sus enemigos.
Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomarse la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.
Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que ‘hasta que hay vida, hay esperanza’, como se suele decir. Más bien es lo contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas,y no habrían dejado huellas en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.
Un profeta francés -Charles Péguy- nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos y mucho menos por su caridad; en cambilo lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. ‘Que esos pobres hijos -escribe- vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana’. La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo -campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor- que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, colmado de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos tendrían una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes -pienso en los migrantes- para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar…
La esperanza es el impulso a ‘compartir el viaje’, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. (Aplausos: sí para la Cáritas) ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Por esto desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia.
Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban escondidamente la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo del cambio.
A veces, haber tenido todo de la vida es una desgracia. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años ya sabe cómo va el mundo; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta la peor condena: cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio ha bajado el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.
Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana.
Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese ‘demonio del mediodía’ que va juntarse a una vida de empeño, justamente cuando en lo alto arde el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se vuelven monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia y corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios.
Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración simple, de la cual encontramos huellas también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. ¡Bella oración! “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir de par en par las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.
Entretanto hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!».
Fuente:https://es.zenit.org/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-francisco-en-la-audiencia-del-27-de-septiembre-de-2017/
viernes, 22 de septiembre de 2017
Vive, ama, cree, sueña
Educar a la esperanza
Las enseñanzas del Papa Francisco
siempre es buen mensaje para todos. Quisiera compartir la última catequesis
sobre la esperanza.
Hoy tratamos sobre
el tema ‘educar a la esperanza’, por eso usaré el tú, imaginando conversar con
un joven o con cualquier persona dispuesta a aprender.
¡Donde Dios te ha
plantado, espera! No cedas al desánimo. Recuerda que el enemigo que tienes que derrotar está dentro de ti.
Cree firmemente que este mundo es un milagro de Dios, que él nos da la gracia
de realizar nuevos prodigios, porque la fe y la esperanza caminan juntas.
Confía en Dios Creador, que llevará su creación a cumplimiento definitivo, en
el Espíritu Santo que guía todo el bien, en Cristo que nos espera al final de
nuestra existencia.
Nunca pienses que
has luchado en vano, que al final de la
vida nos espera el naufragio. Dios no nos engaña, llevará a plenitud, como una
eterna primavera, la esperanza que ha puesto en nuestro corazón. No te quedes paralizado,
levántate, camina, confía, sueña. Sé constructor de
paz y no de odio o
división. Ama a tu prójimo, respeta el camino de cada uno,
sé compasivo y justo. Sueña con un mundo nuevo. Pide a Dios la gracia de ser
valiente. Recuerda que Jesús venció por nosotros al miedo, el enemigo más
grande contra nuestra fe. Reconoce que por el Bautismo tu vida pertenece a
Cristo y él vive en ti, y a través tuyo, con su mansedumbre, quiere someter a
los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la violencia.
Recuerda
que no eres superior a nadie y que, como cristiano, eres hermano de todos.
Cultiva ideales y sé fiel a ellos. Y si
te equivocas, no dudes en levantarte siempre, pues no somos infalibles, y el
Hijo de Dios ha venido para rescatarnos a todos. Vive, ama, cree, sueña. Dios
es tu amigo, y con su gracia, nunca caigas en la desesperación.
Atte, P. Arnaldo Alvarado
viernes, 14 de julio de 2017
Siete maneras prácticas de entender la educación
Cuando hablamos de educación nos falta
tiempo al exponer las razones del acierto o fracaso. La filosofía en el Perú ha
tenido relevancia desde los inicios de establecimientos de centros académicos a
partir del siglo XVI. He tenido la fortuna de encontrar la obra de Luis Felipe
Alarco. Me ha parecido realmente impresionante la lucidez de su pensamiento y
aún más el aporte que podría brindar para entender y hacer que la educación en
el Perú cobre esperanza.
Con frecuencia atribuimos los logros y
deficiencias de nuestra educación peruana a los docentes, es decir, a quienes
se dedican al trabajo educativo. Pero esa visión es parcial. Nuestro filósofo
en su obra Lecciones de filosofía de la
educación, nos abre ventanas para obtener bocanadas de respiro y no
desfallecer por la asfixia de las críticas en el intento de mejorar nuestra
educación. A continuación, menciono las siete maneras de entender a los
educadores y, por tanto, la educación, como aquella que configura la
personalidad de otras personas.
- Hombres cotidianos. Todo ciudadano de la condición,
cultura, credo que sea.
- Personas anónimas. Aquellos que están detrás de las
pantallas y nos presentan la realidad en imágenes y pueden ser los periodistas,
escritores, artistas.
- Los profesores. Quienes hacen de la educación una
profesión, cuyo núcleo capital de su vida es educar.
- Los teóricos de la educación. Los diversos pensadores y gestores
del conocimiento, particularmente aquellos dedicados a la investigación.
La búsqueda de unidad e integración de los saberes puede ser la clave para
el desarrollo y es la tarea pendiente.
- Las personalidades de la época. Influyen con su vida; si son
buenas fortalecen la tarea educativa, si son malas dificultan. Por
naturaleza somos imitadores.
- Personalidades de la historia.
Que se rememora en las celebraciones cívicas y religiosas. Es
importante que conozcamos quienes nos precedieron y recordemos sus aportes
a la sociedad.
- Grandes maestros. Particularmente quienes
trascienden el tiempo y la cultura. Ellos son Jesús, Buda, Sócrates.
Evidentemente cuánto más se considera el valor concedido al ser humano la
ruta maestra trazada es mejor.
Según la lista son los primeros cinco
quienes influyen en los resultados de nuestra educación. Esto significa que si queremos
mejorar la educación que se tome en serio cada uno en la situación que esté. No
gastemos más tiempo en discusiones prolongadas cuando tenemos una solución en
nuestra propia casa. Convencernos y persuadir son tareas pendientes. La manera
de educar cambiará cuando cambie yo y cambies tú.
P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com
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