Claves para la orientación vocacional: Escuchar, discernir,
vivir
¿Quién soy? ¿Qué puedo hacer en la vida?
Son preguntas fundamentales que todo adolescente y joven particularmente tiene que resolver. A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas:
El
próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación
entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la
oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos
dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para
los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV ASAMBLEA
GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional,
introducción).
Esta
es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni
somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que
nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.
También
en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos
recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa
por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra
ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría.
En
la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se
necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y
que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace
también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena
felicidad.
Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el
comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de
lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha
de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado
y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).
Escuchar
La
llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos
oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo
silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que
su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan
nuestra mente y nuestro corazón.
Es
necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la
vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer
los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las
sorpresas del Espíritu.
Si
permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la
apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no
podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para
nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en
protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con
nosotros.
También
Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer
la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo,
pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la
historia del pueblo de Israel.
Esta
actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad
ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que
llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras
ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión
interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación,
reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a
cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para
nosotros.
Como
sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf.
Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta
Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se
abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).
Discernir
Jesús,
leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el
contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban
al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a
los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año
de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Del
mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo
mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega
a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las
elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los
Obispos, XV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional, II, 2).
Descubrimos,
en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética.
Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en
situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral,
para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de
Dios.
Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de
la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los
acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir
las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.
También
hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las
tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el
Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales
él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde
dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser
continuador de su misión.
Vivir
Por
último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a
muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por
Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los
ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente
«hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc
4,20).
La
alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos,
no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si
permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo
más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo
de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el
presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio;
a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a
convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.
Este
«hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue
«bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su
misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación
de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que
nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es
hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los
hermanos, totalmente y para siempre.
El
Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos
para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros
límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto,
discernir nuestra misión personal en la Iglesia y
en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.
María
Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la
Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro
camino.
Fuente: 5.12.2017https://www.aciprensa.com/noticias/texto-mensaje-del-papa-francisco-sobre-el-discernimiento-vocacional-95684
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