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martes, 5 de diciembre de 2017

Claves para la orientación vocacional: Escuchar, discernir, vivir

Claves para la orientación vocacional: Escuchar, discernir, vivir
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¿Quién soy? ¿Qué puedo hacer en la vida? Son preguntas fundamentales que todo adolescente y joven particularmente tiene que resolver. A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).
Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.
También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría.
En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).
Escuchar
La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.
Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.
Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.
También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.
Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.
Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).
Discernir
Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).
Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios.

Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.
También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.
Vivir
Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).
La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.
Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.
El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.
María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.
Fuente: 5.12.2017https://www.aciprensa.com/noticias/texto-mensaje-del-papa-francisco-sobre-el-discernimiento-vocacional-95684


miércoles, 1 de noviembre de 2017

¿Qué hay después de la vida terrena?

La muerte y la vida ¿Hay algo más después de la vida terrena?

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La razón humana ante la experiencia de los signos de la muerte reclama un medio más fuerte para entenderla. Se ha pensado mucho sobre ella. Autores como Nietzsche, Sartre, Camus se han rendido ante el peso oscuro.

Pero ¿Cómo entender la muerte? ¿Cuál es su sentido? ¿Cómo esperar la vida incluso después del paso del tiempo? Son aspiraciones humanas que pueden ser respondidas desde el autor de la vida: Cristo.
¿Qué es la muerte?
La muerte es la separación del alma y el cuerpo.
Desde la visión cristiana ¿Cuál es el sentido de la muerte?
El sentido de la muerte cristiana es incorporarnos a la muerte de Cristo para pagar por nuestros pecados y pasar de este mundo al encuentro con Dios, en una glorificación semejante a la suya.
¿Qué quiere decir la resurrección de la carne?
La resurrección de la carne quiere decir que al fin del mundo resucitaremos todos, volviendo a tomar cada alma el cuerpo que tuvo en esta vida, para nunca más morir.
¿Qué significa el término carne?
El término carne designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad.
¿La vida cristiana en la tierra es participación en la resurrección de Cristo?
Gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la resurrección de Cristo.
¿Quiénes resucitarán?
Resucitarán todos los hombres que han muerto: «los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que hicieron el mal saldrán para la resurrección del juicio” (Jn 5, 29).
¿Por qué ha dispuesto Dios la resurrección de los cuerpos?
Dios ha dispuesto la resurrección de los cuerpos para que, habiendo el alma obrado el bien o el mal junto con el cuerpo, sean también junto con su alma premiados o castigados.
¿Cómo será la resurrección de la carne?
No sabemos de qué modo resucitará la carne, en todo caso es preciso apelar al poder infinito de Dios.
En conclusión: acepta tu vida como un don y una responsabilidad. Puedes ser feliz ya pero totalmente en el más allá. Prepárate para la inmortalidad con tus buenas acciones.


P. Arnaldo Alvarado

viernes, 29 de septiembre de 2017

La esperanza, mantiene en pie la vida

Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!

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«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza, porque la esperanza tiene sus enemigos. Como cada bien en este mundo, tiene sus enemigos.
Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomarse la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.
Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que ‘hasta que hay vida, hay esperanza’, como se suele decir. Más bien es lo contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas,y no habrían dejado huellas en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.
Un profeta francés -Charles Péguy- nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos y mucho menos por su caridad; en cambilo lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. ‘Que esos pobres hijos -escribe- vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana’. La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo -campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor- que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, colmado de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos tendrían una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes -pienso en los migrantes- para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar…
La esperanza es el impulso a ‘compartir el viaje’, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. (Aplausos: sí para la Cáritas) ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Por esto desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia.
Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban escondidamente la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo del cambio.
A veces, haber tenido todo de la vida es una desgracia. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años ya sabe cómo va el mundo; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta la peor condena: cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio ha bajado el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.
Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana.
Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese ‘demonio del mediodía’ que va juntarse a una vida de empeño, justamente cuando en lo alto arde el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se vuelven monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia y corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios.
Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración simple, de la cual encontramos huellas también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. ¡Bella oración! “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir de par en par las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.
Entretanto hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!».
Fuente:https://es.zenit.org/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-francisco-en-la-audiencia-del-27-de-septiembre-de-2017/




viernes, 22 de septiembre de 2017

Vive, ama, cree, sueña

Educar a la esperanza 
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Las enseñanzas del Papa Francisco siempre es buen mensaje para todos. Quisiera compartir la última catequesis sobre la esperanza.
Hoy tratamos sobre el tema ‘educar a la esperanza’, por eso usaré el tú, imaginando conversar con un joven o con cualquier persona dispuesta a aprender.
¡Donde Dios te ha plantado, espera! No cedas al desánimo. Recuerda que el enemigo que tienes que derrotar está dentro de ti. Cree firmemente que este mundo es un milagro de Dios, que él nos da la gracia de realizar nuevos prodigios, porque la fe y la esperanza caminan juntas. Confía en Dios Creador, que llevará su creación a cumplimiento definitivo, en el Espíritu Santo que guía todo el bien, en Cristo que nos espera al final de nuestra existencia.
Nunca pienses que has luchado en vano, que al final de la vida nos espera el naufragio. Dios no nos engaña, llevará a plenitud, como una eterna primavera, la esperanza que ha puesto en nuestro corazón. No te quedes paralizado, levántate, camina, confía, sueñaSé constructor de paz y no de odio o división. Ama a tu prójimo, respeta el camino de cada uno, sé compasivo y justo. Sueña con un mundo nuevo. Pide a Dios la gracia de ser valiente. Recuerda que Jesús venció por nosotros al miedo, el enemigo más grande contra nuestra fe. Reconoce que por el Bautismo tu vida pertenece a Cristo y él vive en ti, y a través tuyo, con su mansedumbre, quiere someter a los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la violencia.
Recuerda que no eres superior a nadie y que, como cristiano, eres hermano de todos. Cultiva ideales y sé fiel a ellos. Y si te equivocas, no dudes en levantarte siempre, pues no somos infalibles, y el Hijo de Dios ha venido para rescatarnos a todos. Vive, ama, cree, sueña. Dios es tu amigo, y con su gracia, nunca caigas en la desesperación.

Atte, P. Arnaldo Alvarado



viernes, 14 de julio de 2017

Siete maneras prácticas de entender la educación

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Cuando hablamos de educación nos falta tiempo al exponer las razones del acierto o fracaso. La filosofía en el Perú ha tenido relevancia desde los inicios de establecimientos de centros académicos a partir del siglo XVI. He tenido la fortuna de encontrar la obra de Luis Felipe Alarco. Me ha parecido realmente impresionante la lucidez de su pensamiento y aún más el aporte que podría brindar para entender y hacer que la educación en el Perú cobre esperanza.

Con frecuencia atribuimos los logros y deficiencias de nuestra educación peruana a los docentes, es decir, a quienes se dedican al trabajo educativo. Pero esa visión es parcial. Nuestro filósofo en su obra Lecciones de filosofía de la educación, nos abre ventanas para obtener bocanadas de respiro y no desfallecer por la asfixia de las críticas en el intento de mejorar nuestra educación. A continuación, menciono las siete maneras de entender a los educadores y, por tanto, la educación, como aquella que configura la personalidad de otras personas.

  1. Hombres cotidianos. Todo ciudadano de la condición, cultura, credo que sea.
  2. Personas anónimas. Aquellos que están detrás de las pantallas y nos presentan la realidad en imágenes y pueden ser los periodistas, escritores, artistas.
  3. Los profesores. Quienes hacen de la educación una profesión, cuyo núcleo capital de su vida es educar.
  4. Los teóricos de la educación. Los diversos pensadores y gestores del conocimiento, particularmente aquellos dedicados a la investigación. La búsqueda de unidad e integración de los saberes puede ser la clave para el desarrollo y es la tarea pendiente.
  5. Las personalidades de la época. Influyen con su vida; si son buenas fortalecen la tarea educativa, si son malas dificultan. Por naturaleza somos imitadores.
  6. Personalidades de la historia.  Que se rememora en las celebraciones cívicas y religiosas. Es importante que conozcamos quienes nos precedieron y recordemos sus aportes a la sociedad.
  7. Grandes maestros. Particularmente quienes trascienden el tiempo y la cultura. Ellos son Jesús, Buda, Sócrates. Evidentemente cuánto más se considera el valor concedido al ser humano la ruta maestra trazada es mejor.
Según la lista son los primeros cinco quienes influyen en los resultados de nuestra educación. Esto significa que si queremos mejorar la educación que se tome en serio cada uno en la situación que esté. No gastemos más tiempo en discusiones prolongadas cuando tenemos una solución en nuestra propia casa. Convencernos y persuadir son tareas pendientes. La manera de educar cambiará cuando cambie yo y cambies tú.

P. Arnaldo Alvarado

arnaldo.alvar@gmail.com

miércoles, 5 de julio de 2017

Persona y educación para una vida lograda

Una vida lograda

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Hay una realidad humana tan cercana y necesaria para todos: la educación. Éste medio ha sido el único camino que lleva a perfeccionar las potencias del hombre y de los pueblos. Por ejemplo, piénsese en las polis griegas, las culturas antiguas, el cristianismo, etc. Todos fueron conscientes de la necesidad de formación. Pero ese desarrollo anduvo de la mano de dos aspectos: qué se entendía por educar y cómo se entendía al educando. En definitiva quién es la persona. Educar es una tarea perenne e irremplazable que puede hacer el hombre. Todos necesitamos educarnos y educar a otros. 
Podemos decir que la educación “es el conjunto de acciones y de comportamientos dirigido a promover el desarrollo de la persona humana, que atiende a las múltiples dimensiones de la vida del hombre (física, moral, social, intelectual, religiosa), y que tiene como meta la realización cada vez más plena de la conciencia y del dominio de sí mismo, junto con la capacidad de comunicar y cooperar con las demás personas”. Esta nos parece una definición real e integral.
Educar es el acto más humano que tenemos los hombres y sólo nosotros. Los animales son adiestrados e instruidos; no obstante, el hombre es único educable y educado. Entonces es cultivado cuando es educado (tiene buenos modales). Se trata de educarnos y educar a los demás. Pero la educación más que mera transmisión de conocimientos es una creación de hábitos intelectuales y morales para una vida lograda y convivencia pacífica.
La teoría de Rousseau propuesta en El Emilio no encaja con la realidad humana. Según el ilustrado francés el hombre goza de una bondad natural y que necesita una mera conducción aislada. Ante este planeamiento hay que decir que la educación responde a la capacidad natural del hombre de ser social por naturaleza. Para educarse necesita de los demás, jamás un hombre se desarrolla aisladamente. Los otros y especialmente la familia ayudan al desarrollo del hombre. Me gustaría señalar que en la educación según la concepción moderna tiene, al menos, dos peligros en el campo educativo: por un lado, parcializar y fragmentar la educación; y por otro, reducir y depositar toda la tarea educativa a las instituciones públicas o privadas con fines de eficiencia.
Primero, con respecto a la fragmentariedad educativa diremos que ésta tiene lugar a partir de épocas remotas. Históricamente podríamos ubicarla en el siglo XIV; aquí inicia los nuevos modos de ver el mundo, el hombre, la sociedad. El hombre se preocupó más por dominar la naturaleza para controlarlo. El acento más fuerte de una educación parcializada o fragmentaria fue el siglo XVIII y XIX, cuyas consecuencias aún no hemos superado. Este modo de entender la educación fue impulsada por diversas teorías educativas con acentos naturalistas, fisicistas, conductistas, dialécticas, positivistas, deterministas.
La educación fragmentaria tiene como lema: eduquemos para la utilidad, para la eficacia, sin saber quién es el educando y sin tener clara la finalidad de la educación: creación de hábitos buenos. Se trata de hacer esfuerzos con objetivos de lograr soluciones inmediatas y siempre útiles a distintos niveles y edades. Se busca lo más rentable, tiene prioridad la metodología y la técnica antes que el sujeto educativo. Por ejemplo, según esta línea lo más importante es pensar en el ingreso al siguiente nivel del estudiante (generalmente la universidad, acceso a un puesto laboral); es decir, rige la competencia por la competencia.
Asimismo, están condicionados por factores indicadores externos que hay que superar. La meta es el ingreso o la conclusión de algo simplemente. Así la medida del resultado está fuera del educando y no a la interioridad o hábitos; o mejor, la persona no tiene el protagonismo y la primacía que se merece. No se busca la vida lograda, sino logros. No puede sorprendernos que mucha gente es competente en sus campos de acción, pero vacíos de contenidos interiores, ideales nobles, poco afán de trabajo en equipo por causas comunes justas. Así lo humano se minusvalora a la lógica técnica.
El segundo peligro es pensar que educar y ser educados debe ser tarea exclusivamente de la institución educativa (escuela, colegio, universidad, ONG). Según esta visión los únicos encargados de la educación serían los profesores y/o responsables. De tal modo que en la casa (la familia), los amigos, los miembros de la sociedad, la diversión no entraría en el rubro educación. El panorama que se asoma en este camino es tecnificar la educación.
La gran aliada de la tarea formativa es la familia. O es que ¿acaso los profesores muchas veces no se quejan del conflicto entre la escuela y la casa? Por ejemplo, en el colegio se trabaja en lograr competencias (orden, responsabilidad, generosidad, respeto) y en la casa o calle se deshace con la actitud negativa de los papás y vecinos. Si los elementos del proceso educativo (familia, sistema educativo, sociedad, política) están disociados todo se complica. Con la división no se puede construir.  
En conclusión, se trata de entender que la educación tiene como finalidad la adquisición de virtudes y hábitos buenos: intelectuales (cognoscitivo, teórico) y morales. Se busca cosas buenas para todos los tiempos. Esto hace que una persona tenga una vida lograda y cultivada. Entonces ser educado es aquél que adquiere las virtudes y hábitos buenos, además sabe obrar bien. Aquí la persona es protagonista de su formación. Para ser más claros éste es el camino hacia una educación integral. Es considerar que todas las áreas educativas son necesarias y urgentes para todos los tiempos. No se puede excluir las humanidades en los diferentes niveles educativos.
Por otro lado, todos los factores educativos, pero especialmente la familia, son imprescindibles para los éxitos en la educación. Se debe prestar más atención a la familia. Ella es el camino para el desarrollo humano personal y social. Es la primera educadora integral de la persona.

P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com

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jueves, 29 de junio de 2017

29 de junio es la fiesta de san Pedro y San Pablo, día del Papa y de la Iglesia

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Cada 29 de junio celebramos el martirio de san Pedro y san Pablo. Hechos sucedidos entre los años 64 y 67 de la era cristiana. Pedro y Pablo son las columnas de la Iglesia. San Pedro fue el pescador del lago de Galilea. Jesús le llamó a formar parte de los doce apóstoles. Además, constituyó a Pedro como su sucesor “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt, 16,17). Pedro es quién preside, fundamenta la unidad y preside en la caridad.
Por este motivo el día 29 de junio recordamos el testimonio de fe de las columnas de la Iglesia. Jesús constituyó a Pedro como su vicario. El Papa es vicario de Cristo y sucesor de Pedro, que junto con los obispos, que son sucesores de los apóstoles, hacen que la Iglesia continúe en la sucesión desde Cristo.
¿Quién es el Papa? El Papa, sucesor de San Pedro, es la Cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra. El Papa goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas.
¿Cómo se puede reconocer a la Iglesia de Cristo? Se puede reconocer a la Iglesia de Cristo por ciertas notas o propiedades que Él confirió a su Iglesia, son cuatro: Unidad, Santidad, Catolicidad y Apostolicidad.
¿Por qué la Iglesia es Una? Es Una porque en ella hay unidad de fe, unidad de Sacramentos y unidad de gobierno.
¿Por qué la Iglesia es Santa? Es Santa porque su Fundador es santo, porque su doctrina y Sacramentos son santos y porque santifica a los hombres. En la Iglesia siempre habrá santos.
¿Por qué la Iglesia es Católica? Es Católica porque posee en plenitud los bienes de la salvación. También es universal, ya que está destinada a todos los hombres y se extiende por toda la tierra.
¿Por qué la Iglesia es Apostólica? Es Apostólica porque está fundada sobre Pedro y los Apóstoles, y en Ella se conserva sin interrupción la sucesión apostólica.
La iglesia es nuestra casa común. Es experta en humanidad. Lo que enseña, custodia y vive es para todos los hombres de buena voluntad. Recemos por el Papa y seamos buenos hijos de la Iglesia. Donde estamos allí está la Iglesia de Cristo.

Atte,
P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com

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