“Al acercarse Jesús a Jerusalén y
ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo
que conduce a la paz!” (Lc 19, 41-44).
Este pasaje del evangelio narrado
por Lucas es impresionante. Pues expresa el realismo de la naturaleza humana y
divina en la única persona de Jesús. Realmente Cristo es el rosto del Dios
viviente que busca al ser humano y lo rescata de la miseria.
Jesús se asombra de la incredulidad
del pueblo elegido. Qué no ha hecho Dios a lo largo de la historia por Israel. La
ingratitud, rechazo y la falta de fe conmueven a Cristo. De esta manera Jesús
se hace parte del dolor que padecerá la población y la ciudad como consecuencia
de su falta de fe.
Jesús profetiza la suerte de la
incredulidad. En efecto en los años 70 Jerusalén fue destruida por la invasión
de los romanos. No quedó piedra sobre piedra. Apartarse del bien, la justicia y
la libertad verdadera siempre es un deterioro de la persona y la condena al
sufrimiento está asegurada por la misma persona que es autor del mal.
No querer aceptar a Dios y los
signos del mesías significa que no se acepta la salvación. Alguien dijo “para
el que quiere creer tengo muchas razones, para el que no ninguna”. ¿Cómo
valoras la fe y las verdades que Dios ha comunicado y la Iglesia lo enseña? ¿Profundizas
e interiorizas la fe? ¿Acaso es el orgullo, la soberbia aquello que te aleja?
En la historia de las religiones
no se encuentra un Dios que pueda mostrar compasión ante la miseria humana.
Mucho menos un Dios que asuma el pecado y lo perdone. Esto sólo pasa en Cristo
que llora por la autodestrucción de la persona y hace todo lo posible para
rescatarla.
¿Qué podrías hacer para ser un creyente?
Agradece y pide a Dios que te aumente la fe, interioriza y forma tu fe, mira a
Jesús como Dios, hermano y amigo, abre tus puertas al diálogo con Dios mediante
la oración.
P. Arnaldo Alvarado