Una vida lograda
Hay una realidad
humana tan cercana y necesaria para todos: la educación. Éste medio ha sido el
único camino que lleva a perfeccionar las potencias del hombre y de los
pueblos. Por ejemplo, piénsese en las polis
griegas, las culturas antiguas, el cristianismo, etc. Todos fueron conscientes
de la necesidad de formación. Pero ese desarrollo anduvo de la mano de dos
aspectos: qué se entendía por educar y cómo se entendía al educando. En
definitiva quién es la persona. Educar es una tarea perenne e irremplazable que
puede hacer el hombre. Todos necesitamos educarnos y educar a otros.
Podemos decir que
la educación “es el conjunto de acciones y de comportamientos dirigido a
promover el desarrollo de la persona humana, que atiende a las múltiples
dimensiones de la vida del hombre (física, moral, social, intelectual,
religiosa), y que tiene como meta la realización cada vez más plena de la
conciencia y del dominio de sí mismo, junto con la capacidad de comunicar y
cooperar con las demás personas”. Esta nos parece una definición real e
integral.
Educar es
el acto más humano que tenemos los hombres y sólo nosotros. Los animales son
adiestrados e instruidos; no obstante, el hombre es único educable y educado.
Entonces es cultivado cuando es educado (tiene buenos modales). Se trata de
educarnos y educar a los demás. Pero la educación más que mera transmisión de
conocimientos es una creación de hábitos intelectuales y morales para una vida
lograda y convivencia pacífica.
La
teoría de Rousseau propuesta en El Emilio
no encaja con la realidad humana. Según el ilustrado francés el hombre goza
de una bondad natural y que necesita una mera conducción aislada. Ante este
planeamiento hay que decir que la educación responde a la capacidad natural del
hombre de ser social por naturaleza. Para educarse necesita de los demás, jamás
un hombre se desarrolla aisladamente. Los otros y especialmente la familia ayudan
al desarrollo del hombre. Me gustaría señalar que en la educación según la concepción
moderna tiene, al menos, dos peligros en el campo educativo: por un lado, parcializar
y fragmentar la educación; y por otro, reducir y depositar toda la tarea
educativa a las instituciones públicas o privadas con fines de eficiencia.
Primero,
con respecto a la fragmentariedad educativa diremos que ésta tiene lugar a partir
de épocas remotas. Históricamente podríamos ubicarla en el siglo XIV; aquí inicia
los nuevos modos de ver el mundo, el hombre, la sociedad. El hombre se preocupó
más por dominar la naturaleza para controlarlo. El acento más fuerte de una
educación parcializada o fragmentaria fue el siglo XVIII y XIX, cuyas
consecuencias aún no hemos superado. Este modo de entender la educación fue
impulsada por diversas teorías educativas con acentos naturalistas, fisicistas,
conductistas, dialécticas, positivistas, deterministas.
La educación
fragmentaria tiene como lema: eduquemos para la utilidad, para la eficacia, sin
saber quién es el educando y sin tener clara la finalidad de la educación:
creación de hábitos buenos. Se trata de hacer esfuerzos con objetivos de lograr
soluciones inmediatas y siempre útiles a distintos niveles y edades. Se busca
lo más rentable, tiene prioridad la metodología y la técnica antes que el
sujeto educativo. Por ejemplo, según esta línea lo más importante es pensar en
el ingreso al siguiente nivel del estudiante (generalmente la universidad,
acceso a un puesto laboral); es decir, rige la competencia por la competencia.
Asimismo,
están condicionados por factores indicadores externos que hay que superar. La
meta es el ingreso o la conclusión de algo simplemente. Así la medida del
resultado está fuera del educando y no a la interioridad o hábitos; o mejor, la
persona no tiene el protagonismo y la primacía que se merece. No se busca la
vida lograda, sino logros. No puede sorprendernos que mucha gente es competente
en sus campos de acción, pero vacíos de contenidos interiores, ideales nobles,
poco afán de trabajo en equipo por causas comunes justas. Así lo humano se
minusvalora a la lógica técnica.
El segundo
peligro es pensar que educar y ser educados debe ser tarea exclusivamente de la
institución educativa (escuela, colegio, universidad, ONG). Según esta visión
los únicos encargados de la educación serían los profesores y/o responsables.
De tal modo que en la casa (la familia), los amigos, los miembros de la
sociedad, la diversión no entraría en el rubro educación. El panorama que se
asoma en este camino es tecnificar la educación.
La
gran aliada de la tarea formativa es la familia. O es que ¿acaso los profesores
muchas veces no se quejan del conflicto entre la escuela y la casa? Por ejemplo,
en el colegio se trabaja en lograr competencias (orden, responsabilidad,
generosidad, respeto) y en la casa o calle se deshace con la actitud negativa de
los papás y vecinos. Si los elementos del proceso educativo (familia, sistema
educativo, sociedad, política) están disociados todo se complica. Con la
división no se puede construir.
En conclusión,
se trata de entender que la educación tiene como finalidad la adquisición de
virtudes y hábitos buenos: intelectuales (cognoscitivo, teórico) y morales. Se busca
cosas buenas para todos los tiempos. Esto hace que una persona tenga una vida
lograda y cultivada. Entonces ser educado es aquél que adquiere las virtudes y
hábitos buenos, además sabe obrar bien. Aquí la persona es protagonista de su
formación. Para ser más claros éste es el camino hacia una educación integral. Es
considerar que todas las áreas educativas son necesarias y urgentes para todos
los tiempos. No se puede excluir las humanidades en los diferentes niveles
educativos.
Por
otro lado, todos los factores educativos, pero especialmente la familia, son
imprescindibles para los éxitos en la educación. Se debe prestar más atención a
la familia. Ella es el camino para el desarrollo humano personal y social. Es
la primera educadora integral de la persona.
P.
Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com
Jr. Unanue 300