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lunes, 30 de noviembre de 2015

El Papa Francisco en Kenia, Africa: Discurso a los sacerdotes, religiosos, seminaristas

ENCUENTRO CON EL CLERO, LOS RELIGIOSOS Y LOS SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Campo de deportes de la St Mary’s School, Nairobi (Kenia)
Jueves 26 de noviembre de 2015


V. Tumisufu Yesu Kristu! (Alabado sea Jesucristo)
R. Milele na Milele. Amina (Ahora y siempre. Amén)
[Palabras en inglés]
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Muchas gracias por su presencia. Me gustaría mucho hablarles en inglés, pero mi inglés es pobre. He tomado algunas notas y quisiera decirles muchas cosas, a cada uno de ustedes, pero me da miedo hablar y preferiría hacerlo en mi lengua madre. Mons. Miles hará la traducción. Gracias por su comprensión.
[Palabras en español]
Cuando se leía la Carta de san Pablo me tocó: «Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6).
El Señor nos ha elegido, y Él comenzó su obra el día que nos miró en el bautismo, y el día que nos miró después, cuando nos dijo «si tenés ganas vení conmigo». Y, bueno, ahí nos metimos en fila y empezamos el camino; pero el camino lo empezó Él, no nosotros. En el Evangelio leemos de uno curado que quiso seguir el camino y Jesús le dijo: «No». En el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta; la puerta es Cristo; Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo. Hay algunos que quieren entrar por la ventana. No sirve eso. Por favor, si alguno ve que un compañero o una compañera entró por la ventana, abrácelo y explíquele que mejor que se vaya, y que sirva a Dios en otro lado, porque nunca va a llegar a término una obra que no empezó Jesús por la puerta.
Y esto nos tiene que llevar a una conciencia de elegidos: «Yo fui mirado, yo fui elegido». Me impresiona el comienzo del capítulo 16 de Ezequiel: Eras hijo de extranjeros, estabas recién nacido y tirado. Yo pasé, te limpié y te llevé conmigo (cf. vv. 6-9). Ese es el camino, esa es la obra que el Señor comenzó cuando los miró. Hay algunos que no saben para qué Dios los llama, pero sienten que Dios los llamó. Vayan tranquilos, Él les hará comprender para qué los llamó. Hay otros que quieren seguir al Señor, pero con interés, por interés. Acordémonos de la mamá de Santiago y Juan: «Señor te quiero pedir que cuando partas la torta le des la parte más grande a mis dos hijos. Uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Da la tentación de seguir a Jesús por ambición: ambición de dinero, ambición de poder. Todos podemos decir: «Cuando yo empecé a seguir a Jesús ni se me ocurrió eso». Pero a otro se le ocurrió y, poco a poco, te lo sembró en el corazón como una cizaña. En la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar ni para la propia ambición, ni para las riquezas, ni para ser una persona importante en el mundo. A Jesús se lo sigue hasta el último paso de su vida terrena: la cruz. Después, Él se encarga de resucitarte, pero, hasta ahí, andá vos. Y esto se lo digo en serio, porque la Iglesia no es una empresa, no es una ONG, la Iglesia es un misterio, es el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno, que le dice: «Vení». Queda claro, el que llama es Jesús. Se entra por la puerta, no por la ventana, y se sigue el camino de Jesús.
Evidentemente, Jesús cuando nos elige no nos canoniza, seguimos siendo los mismos pecadores. Yo les pediría, por favor, si hay acá algún sacerdote o alguna religiosa, o algún religioso que no se sienta pecador, que levante la mano. Todos somos pecadores, yo el primero, después ustedes. Pero nos lleva adelante la ternura y el amor de Jesús. «Aquel que empezó la buena obra en ustedes la continuará y la completará hasta el día de Jesucristo». Eso nos lleva adelante, el amor de Jesús. ¿Ustedes se acuerdan, en el Evangelio, cuándo lloró el apóstol Santiago? ¿Se acuerda alguno, o no? ¿Y cuándo lloró el apóstol Juan? ¿Y cuándo lloró algún otro apóstol? Uno sólo nos dice el Evangelio que lloró, el que se dio cuenta que era pecador, tan pecador era que había traicionado a su Señor, y cuando se dio cuenta de eso, lloró. Después, Jesús lo hizo Papa. ¿Quién entiende a Jesús? Un misterio. Nunca dejen de llorar. Cuando a un sacerdote, a un religioso o religiosa, se le secan las lágrimas algo no funciona. Llorar por la propia infidelidad, llorar por el dolor del mundo, llorar por la gente que está descartada, por los viejitos abandonados, por los niños asesinados, por las cosas que no entendemos; llorar cuando nos preguntan, «¿por qué?». Ninguno de nosotros tiene todos los «porqué», todas las respuestas a los «porqué». Hay un autor ruso que se preguntaba por qué sufren los niños. Y cada vez que yo saludo a un niño con cáncer, con tumor, con una enfermedad rara – como se llaman ahora – pregunto: «¿Por qué sufre este niño?». Y yo no tengo respuesta para esto, solamente miro a Jesús en la cruz. Hay situaciones en la vida que solamente nos llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz y esa es la única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas situaciones de la vida. San Pablo le decía a sus discípulos: «Acordáte de Jesucristo, acordáte de Jesucristo crucificado». Cuando un consagrado, una consagrada, un sacerdote, se olvida de Cristo crucificado, ¡pobrecito!, cayó en un pecado muy feo, un pecado que le da asco a Dios, que lo hace vomitar a Dios, el pecado de la tibieza. Queridos sacerdotes, hermanas y hermanos, cuiden de no caer en el pecado de la tibieza.
Y, ¿qué otra cosa les puedo decir que les pueda dar un mensaje de mi corazón a ustedes? Que nunca se alejen de Jesús. Esto quiere decir que nunca dejen de orar. «Padre, pero a veces es tan aburrido orar, uno se cansa, se duerme». Dormíte delante del Señor. Es una manera de rezar, pero quedáte ahí, delante del Señor, rezá, no dejes la oración. Si un consagrado deja la oración, el alma se seca, como esos higos ya secos, son feos, tienen una apariencia fea. El alma de una religiosa, de un religioso, de un sacerdote que no reza, es un alma fea. Perdón, pero es así. Les dejo esta pregunta: «¿Yo le quito tiempo al sueño, a la radio, a la televisión, a las revistas, para rezar, o prefiero lo otro?». Ponerse delante de Aquel que empezó la obra y que la está terminando en cada uno de ustedes. La oración...
Y una última cosa que les quisiera decir, antes de decirles otra. Es que todo el que se dejó elegir por Jesús es para servir, para servir al pueblo de Dios, para servir a los más pobres, a los más descartados, a los más humildes, para servir a los niños y a los ancianos, para servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y del pecado que lleva dentro, para servir a Jesús. Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir para servir, no para hacerse servir. Hace un año, más o menos, hubo un encuentro de sacerdotes –las monjas se salvan– y, durante esos ejercicios espirituales, cada día había un turno de sacerdotes que tenían que servir a la mesa, algunos de ellos se quejaron: «No. Nosotros tenemos que ser servidos, nosotros pagamos, podemos pagar para que nos sirvan». Por favor, no diga eso en la Iglesia. Servir, no «servirse de».
Bueno, esto es lo que les quería decir, que sentí todo de golpe cuando escuché esta frase de san Pablo, confiado en que «Aquel que empezó la buena obra en ustedes la continuará, y la completará, hasta el día de Jesucristo». Me decía un cardenal mayor, un año más que yo, que cuando él va al cementerio donde ve misioneros, misioneras, sacerdotes, religiosos, religiosas que han dado su vida, él se pregunta: «¿Y por qué a estos no los canonizan mañana, porque pasaron su vida sirviendo?». Y a mí me emociona cuando saludo después de una misa a un sacerdote, una religiosa, que me dice: «Hace 30, 40 años que estoy en este hospital de niños autistas, o que estoy en las misiones del Amazonas o que estoy en tal lugar o en tal otro». Me toca el alma. Esta mujer o este hombre entendió que seguir a Jesús es servir a los demás y no servirse de los demás.
Bueno, les agradezco mucho. Pero, «qué Papa maleducado que es éste», ¿no? Nos dio consejos, nos dio palos, y no nos dice gracias. Yo les quiero decir, lo último que les quiero decir, «la frutilla de la torta». Quiero darles gracias a ustedes. Gracias por animarse a seguir a Jesús. Gracias por cada vez que se sienten pecadores. Gracias por cada caricia de ternura que dan a quien lo necesita. Gracias por todas las veces que ayudaron a morir en paz a tanta gente. Gracias por quemar la vida en la esperanza. Gracias por dejarse ayudar y corregir, y perdonar todos los días. Y les pido, al darles gracias, que no se olviden de rezar por mí, porque yo lo necesito. Muchas gracias.

Palabras al final del encuentro
Les agradezco el buen rato que pasamos juntos, pero yo tengo que salir por esta puerta, porque están los niños enfermos de cáncer y quisiera verlos a ellos y darles una caricia. A ustedes les agradezco mucho, y ustedes, los seminaristas –que no los nombré pero están incluidos en todo lo que dije–, y, si alguno no se anima por este camino, da tiempo, busque otro trabajo, cásese y haga una buena familia. Gracias.

 Fuente: Vatican.va

viernes, 27 de noviembre de 2015

De la mesa a la Misa, signos de unidad


La familia es la clave para todo. Este dato se puede constatar desde las diversas ciencias particulares y evidentemente desde las ciencias sapienciales de la filosofía y teología. El hombre existe para alguien.

El Papa Francisco a lo largo de todo su pontificado viene recordando cosas importantes sobre la familia. Aún más este año donde tuvo lugar el Sínodo de los obispos sobre la familia. Pensemos en nuestras familias. Seguramente muchas de las cosas que dice el vicario de Cristo en la tierra sucede en nuestros hogares. Veamos un detalle. Se trata el de sentarnos juntos a la mesa.

El hogar es un lugar de detalles que podemos vivir según nuestra condición que hace la vida grata. El Papa Francisco señala: “la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡Compartir y saber compartir es una virtud preciosa! Su símbolo, su «icono», es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. Compartir los alimentos —y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, las historias, los acontecimientos…— es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cerca de quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar”. Se trata de aprovechar el tiempo con quienes lo necesitan urgentemente. La caridad empieza primero por casa y luego se irradia hacia fuera.

Sigue diciendo el Papa Francisco: “La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no va bien, o alguna herida escondida, en la mesa se percibe inmediatamente. Una familia que no come casi nunca junta, o en cuya mesa no se habla sino que se ve la televisión, o el smartphone, es una familia «poco familia». Cuando los hijos en la mesa están pegados al ordenador, al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es una pensión”. La mesa es expresión de unidad. El signo terreno más grande de compartir la comida como expresión del fruto del trabajo. El mirarse a los ojos y el servicio diligente dicen mucho de cómo está la familia. Esto trasladado al ámbito sobrenatural, esto es, a la Eucaristía es la comunión más grande que hay entre el cielo y la tierra.

¡Cuidado con los egoísmos!. “Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar. Es verdad, hoy no es fácil. Debemos encontrar el modo de recuperarla; en la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio, ese silencio que no es el silencio de las monjas de clausura, es el silencio del egoísmo donde cada uno se dedica a lo suyo, o la televisión o el ordenador… y no se habla. No, nada de silencio. Hay que recuperar esta convivialidad familiar, adaptándola a los tiempos…Cuando no hay convivialidad hay egoísmo, cada uno piensa en sí mismo…¡Es un poco vergonzoso!”.

P. Arnaldo Alvarado

domingo, 15 de noviembre de 2015

El atentado en París. Las huellas de la razón y la sinrazón


El año 1859 el británico Charles Dickens publicó la inmortal “Historia de dos ciudades”.  París y Londres son los lugares protagonistas de la obra. Es viernes 13 de noviembre. Comienzan a difundirse por todas partes los últimos sucesos en París. Se desata una nueva ola de violencia. Se suman 129 muertos. Más muerte de gente inocente. ¿Qué está pasando? ¿Acaso no estamos en el centro cultural del continente Europeo? Sí en efecto París lo es desde el siglo XIII con la victoria de la razón. Allí se consolidó la primera universidad. Con la universidad vino el cambio cultural.

Más adelante en el siglo XIX París volvió a escribirse en la historia. Esta vez con la ilustración. También en ese período bajo el título de la madurez de la razón se atropellaron lo que hoy llamaríamos los derechos humanos. Resulta curioso esta situación, precisamente cuando se habla de la madurez de la razón se realiza acciones irracionales.

París en los umbrales del siglo XXI inicia con una historia gris. Una ciudad cuyos habitantes se caracterizan por el laicismo radical, incluso en ocasiones muy violentas; en la cual la cuestión de Dios es relegado a lo personal, esto es, a lo meramente privado. Esto nos lleva a preguntar ¿qué tipo de ciudades estamos construyendo? Tal vez ¿postiza? Estos hechos deben llevarnos a una reflexión abierta, clara, objetiva y dialogal sobre qué tipo de ciudadanos queremos en nuestras calles.


P. Arnaldo Alvarado 

viernes, 13 de noviembre de 2015

Nuestras dos pasiones. El hombre en el tiempo.


El hombre es un ser para adquisiciones. Necesita poseer ¿qué cosas especialmente?. Todos tenemos la experiencia de estar en un centro comercial o mercado. Nos percatamos que acuden gente con objetivos claros muchos; otros están para enterarse de los productos y ofertas sin más; y quienes simplemente están sin razones que ellos mismos no conocen, pero están.

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En la vida hay temas que deben estar claros. Una de ellas es saber de dónde vengo, quién soy,  para qué estoy. Son cuestiones intransferibles. La tarea más bonita que tenemos como seres inteligentes ante la realidad es conocer cómo están, cómo son sus leyes, cuáles son sus estructuras y cómo se relacionan o qué impacto tienen. De esto se ocupa a nivel especializado las ciencias humanas y las experimentales, pero también en su lugar el sentido común; eso que llamamos lo razonable.
Uno de los temas más cuestionados es precisamente aquello que se refiere al ser humano. La señal son los debates que a todos los niveles –científico, comunicativo, vivencial- están encendidos. Debatir las cosas es importante, más todavía escuchar razones que buscamos por naturaleza: abiertos al saber y conocer la verdad. Además esta tendencia es insaciable. Pero ese deseo de conocer la verdad no está exento de eclipses y prejuicios; y nuestra libertad depende de la aproximación a la verdad.
Pero ¿qué nos ocurre? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tenemos dificultades en temas tan importantes como la dignidad humana, la vida, la libertad, la sexualidad, la educación, el progreso, la administración del tiempo libre, la tecnología y muchas otras cuestiones decisivas?. ¿Por qué temas que son importantes se han convertido en opinables?.
Al parecer nos hemos olvidado de lo más humano: que somos capaces de conocer la verdad de las cosas y buscar adherirse a ellas como bien. Entonces se trata de recordar qué implica la condición humana, que exige ser formada para amar la verdad y el bien. Como racionales necesitamos bienes completos y trascendentes, sin olvidarnos de los parciales e inmediatos.

P. Arnaldo Alvarado

arnaldo.alvar@gmail.com

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