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La palabra
medieval no siempre es bien aceptada. Ahora quisiera ofrecer una pincelada al aporte
filosófico del maestro dominico Tomás de Aquino (1224/5-1274). Su pensamiento se
enmarca en la línea de pensamiento del realismo y constituye una luz para el
análisis de qué le pasa al hombre y cómo entenderlo.
Para un espectador
foráneo, que hace una mirada panorámica a la obra y temas del Aquinate, es
sumamente sugerente el itinerario que emprende Tomás de Aquino en el
planteamiento de las cuestiones referidas al hombre en el ser y obrar.
El Aquinate
resuelve primero problemas ontológicos del hombre antes de afrontar cuestiones
estrictamente humanas y, por consiguiente, morales también. Por ejemplo, véase
el tratado sobre el hombre en la Summa
theologiae, qq.75-102.
Tomás de Aquino
realiza una síntesis original filosófica. Sus aportes en temas humanísticos
conservan el frescor de quien ofrece una mirada profunda a la realidad del
hombre y su obrar.
Esto permite
entablar un diálogo con las diversas disciplinas científicas que estudian al
ser humano. En lo que se refiere a los presupuestos ontológicos y
antropológicos Tomás de Aquino tiene como fuente primaria los aportes de Platón
y Aristóteles. Además la luz de la fe da un brillo mayor todavía.
Tomas asume todo
lo valioso de sus predecesores. Cuando de la verdad se trata no hay qué temer.
Así, precisamente Platón sería el representante del dualismo y Aristóteles de
la unidad dual. El planteamiento de Tomás de Aquino se sitúa en la línea
aristotélica, es decir, la unidad dual.
¿Cómo entender el
obrar humano? De allí que para el estatuto de una ética de la virtud es
necesario considerar la constitución profunda del ser humano. El peligro en no
afrontar esa realidad es quedarse en la periferia u ocuparse sobremanera en lo
accidental; puesto que, de las realidades del universo el hombre ocupa un lugar
central relativo y requiere considerar los aspectos fundantes del ser humano.
El olvido de esta
dimensión tiene como consecuencia inmediata, para la toma de decisiones, o la
“divinización” o la “minusvaloración” de lo que realmente es el hombre y la
posibilidad de adquirir hábitos buenos.
El hombre es
unidad de cuerpo y alma. Hay que insistir en esto que ha sido tirado por tierra
desde la modernidad. Considerar la constitución hilemórfica (materia y forma /
cuerpo y alma) del hombre es una cuestión clave para diversos planteamientos
éticos en aras de fortalecer la configuración virtuosa del hombre y la vida
feliz, puesto que la virtud es un hábito, cualidad buena, desarrollo, expresión
máxima del ser humano.
Con los buenos
hábitos el ser humano alcanza su plenitud incluso dentro de la fragilidad y
finitud que le caracteriza, puesto que le hace ser más realista y necesitado
del buen obrar. Desde una perspectiva pedagógica denominaríamos a este perfil
como enfoque por competencia, puesto que pone en marcha y articula diversos
elementos para solucionar un problema. En este caso el problema de la unidad de
sí mismo.
Las ciencias que
potencian las habilidades humanas, como pueden ser especialmente las
psicológicas y afines junto con la educación, pueden ser enriquecidas en sus
objetivos por la consideración hilemórfica. Puede que se presenten recelos al
asumir esa actitud abierta, pero deben superarse en aras del rigor científico.
Así podría
lograrse una integración y conducir al
estado de virtud antes que una mera técnica o habilidad exterior válidas
para algunas circunstancias. Se trata de buscar un mutuo desarrollo entre el
ser y el obrar, es decir, lograr una armonía profunda y estable que cada vez se
hace más arraigado y por su puesto como disposición (hábito) para obrar bien.
La visión
únicamente científica y técnica sobre el hombre implica ya de por sí deterioro
personal, puesto que el gran ausente es el hombre mismo; ya los filósofos
alemanes del siglo XX como Heidegger y Gadamer advirtieron sobre esto.
En este sentido es
fácil constatar el afán prometeico de las herramientas tecnológicas y técnicas
humanas para generar cambio personal y por tanto cultural. La tecnología en sus
diversos aspectos tiene un carácter instrumental para el hombre. No obstante,
las conquistas de la inteligencia humana son algo fascinante, pero conviene no
postergar el crecimiento en las virtudes
o hábitos buenos, que es lo que realmente nos perfecciona
intrínsecamente.
Con
frecuencia observamos la devaluación de la capacidad cognoscitiva, y por
consiguiente también de la capacidad volitiva del hombre. Estas dos facultades inmateriales
o espirituales permiten alzar el vuelo hacia la trascendencia de yo en búsqueda
del tú incluso hacia el infinito.
Entonces
estas líneas de fuerza que opacan la condición humana más profunda en el
conocer u obrar vendrían por la ausencia de asumir con rigor la inmanencia y
trascendencia del hombre. En realidad, el hombre es el único que tiene la
posibilidad de que su interioridad pueda hacerse más madura con las ideas,
pensamientos, recuerdos, afectos e historia vivida.
En
las circunstancias actuales hay como dos contextos donde se eclipsa lo más
elemental del ser humano: por un lado, en el plano filosófico por la posmodernidad, la deconstrucción y la hermenéutica;
y, por otro lado, desde el quehacer científico, en particular desde el tecnooptimismo, mediante el afán de
superar cualitativamente, o en el peor de los casos sustituir, la inteligencia
humana, decisiones y el dominio de sus actos por el desarrollo de la
inteligencia artificial, la biotecnología, los Big Data, la robótica.
También
está aquí todo el campo neurocientífico
naturalista que una mirada más
integrada del hombre haría mucho bien al mismo hombre. El problema está
en el enfoque reducido y parcial que excluye la posibilidad de diálogo e
integración que reclama la naturaleza humana. ¿Aún podemos seguir hablando de
los medievales?
Por: Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com