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miércoles, 10 de junio de 2020

La religión de la libertad: porque amas crees


LA VERDADERA LIBERTAD EN EL AMOR - Joya Life

“Si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 5, 20-26).


Las palabras de Jesús de Nazaret son claras. Para entrar al cielo únicamente se ingresa por la puerta del amor y de la cruz de cada día, especialmente la que sale al encuentro imprevisto, además de un amor libre. Todos estamos propensos a caer en postura farisaicas.

¿Cómo entender la religión? ¿Cómo relacionarse con Dios y sus planes? No hay mejor respuesta que con la libertad henchida de amor. Aquí algunos tips:

·       Sobre todo ama. Ve la religión y a Dios como la fuente del amor que no sea acaba. Amar quiere decir dar lo mejor de sí.
·       Compromiso libre. La fe es una respuesta libre al Dios que busca e invita antes.
·       Desarrolla tu interioridad. Establece un recinto de escucha y diálogo en lo más profundo de tu ser. Dios es persona e interpela.
·       Cuando se trata de algo bueno olvídate del qué dirán, qué pensarán, cómo me mirarán. Has lo que es bueno.
·       Déjate ayudar. Obedece el buen consejo que puedes recibir.
¿Te propones vivir la libertad con la fuerza de la fe y del amor?

P. Arnaldo Alvarado
10 junio 2020

domingo, 7 de junio de 2020

Santísima trinidad: Reflexiones


Reflexiones del Papa Francisco en la fiesta de la Santísima Trinidad

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Durante el rezo del Ángelus de este domingo 7 de junio, el Papa Francisco invitó a los católicos a orar a la Virgen María, morada de la Trinidad, para orientarse siempre “hacia la meta que es el Cielo”.

“Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo”, indicó el Santo Padre.

Al reflexionar en el pasaje del evangelio del primer Domingo del tiempo ordinario, fiesta de la Santísima Trinidad, el Pontífice destacó que el lenguaje sintético del apóstol San Juan (Juan 3, 16-18) Jesús muestra “el misterio del amor de Dios al mundo, su creación” en el breve diálogo con Nicodemo.

“Jesús se presenta como Aquél que lleva a cabo el plan de salvación del Padre para el mundo: ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único’. Estas palabras indican que la acción de las tres Personas divinas – Padre, Hijo y Espíritu Santo – es todo un plan de amor que salva a la humanidad y al mundo”, dijo el Papa.

En esta línea, el Santo Padre señaló que se trata de “un diseño de salvación para nosotros” ya que “Dios creó el mundo bello”, pero reconoció también que el mundo “está marcado por la maldad y la corrupción” por lo tanto “Dios podría intervenir para juzgar el mundo, para destruir el mal y castigar a los pecadores”.

En cambio, el Papa Francisco recordó desde la ventana del palacio apostólico vaticano que Dios “ama al mundo, a pesar de sus pecados; Dios nos ama a cada uno de nosotros incluso cuando cometemos errores y nos distanciamos de Él. Dios Padre ama tanto al mundo que, para salvarlo, da lo más precioso que tiene: su único Hijo, que da su vida por la humanidad, resucita, vuelve al Padre y, junto con Él, envía el Espíritu Santo. La Trinidad es, por lo tanto, Amor, amor completamente al servicio del mundo, al que quiere salvar y reconstruir”.

Sentirse amados por Dios

“Hoy pensando al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo pensemos al amor a Dios. Sería lindo que hoy sintiéramos que Dios me ama. Este es el sentimiento de hoy”, animó el Papa quien explicó que “cuando Jesús afirma que el Padre ha dado a su Hijo unigénito, recordamos espontáneamente a Abraham, quien ofrecía a su hijo Isaac, como narra el Libro del Génesis: ésta es la “medida sin medida” del amor de Dios.

Además, el Santo Padre invitó a pesar también “en cómo Dios se revela a Moisés: lleno de ternura, misericordioso y piadoso, lento en la ira y lleno de gracia y fidelidad. Así dice el libro del Éxodo. El encuentro con este Dios animó a Moisés, quien, como nos dice el libro del Éxodo, no tuvo miedo de interponerse entre el pueblo y el Señor, diciéndole: ‘Aunque sea un pueblo de dura cerviz, perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya’”.

“Y así ha hecho Dios enviando a su Hijo, nosotros somos hijos de Dios en el Espíritu Santo. Nosotros somos la herencia de Dios”, destacó el Papa quien añadió que la fiesta de la Santísima Trinidad “nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también belleza, bondad y verdad humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en mi historia, en nuestra historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna. Y esto es la fe: acoger a Dios-Amor, acoger a Dios-Amor que se entrega en Cristo, que nos mueve en el Espíritu Santo, dejarnos encontrar por Él y confiar en Él”.

La fiesta de la SantísimaTrinidad nos invita a dejarnos fascinar por la belleza de Dios; belleza, bondad y verdad inagotable. Y también humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra historia, para que cada hombre y mujer pudiera encontrarla y obtener la vida eterna.

Por último, el Papa Francisco explicó que precisamente ésta es la vida cristiana, el Amor: “Encontrar a Dios, buscar a Dios, y Él nos busca antes, Él nos encuentra en primer lugar”.

“Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo”, concluyó.



martes, 2 de junio de 2020

El Dios vivo


Evangelio, poder de Dios para salvación · "Tenemos un Dios vivo ...

“¿No han leído…Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos. Están equivocados” (Mc 12, 18-27).


En este caso son los saduceos, quienes eran un grupo religioso judío, pero no del todo creyentes, dejaban de lado la vida que hay más allá de la muerte y estaban más pendientes de los progresos y logros de esta vida.

Con relativa frecuencia queremos encerrar nuestra verdad, la verdad de los demás, del universo y de Dios según nuestro parecer o antojo. En esas ocasiones es nuestro interés mezquino aquello que lo motiva. Esta forma de pensar, actuar y sentir, que hacemos depender todo únicamente de cómo lo entendamos, en algún momento se vuelve dramático.

También ocurre que rebajemos el mensaje de Dios y su palabra. Tal es el caso, por ejemplo, afirmar que hay una vida después de esta. No lo tomamos en serio. Estamos tan metidos en las preocupaciones del día a día que nos olvidamos del más allá.

Se trata de prestar atención a ambos aspectos. Hacer nuestras responsabilidades del aquí y ahora como deben ser; y, pensar que de esa manera reflejamos nuestra esperanza en dejar lo mejor para los que vienen. Además, así se gana lo mejor para lo que nos espera en la vida después de la muerte.

La muerte es el paso a la eternidad. Con la muerte no se acaba todo, no. Es un paso para vivir para siempre en la vida o la muerte eterna, esto es, del desamor del infierno.

¿Valoras que al final de los tiempos resucitarás y Dios hará resplandecer la justicia, la verdad, que ahora vemos a tientas? ¿Te propones valorar ese juicio justo y misericordioso de Dios?

P. Arnaldo Alvarado
1 junio 2020

domingo, 31 de mayo de 2020

Pentecostés


Pentecostés: Homilía del Papa Francisco

Pentecostés (el Greco) - Wikipedia, la enciclopedia libre

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.

La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.
Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.
Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.



domingo, 24 de mayo de 2020

La ascensión del Señor al Cielo: Perseverar y salir


Série "Aux sources de l'œuvre de Luc" (1/4) : L'Ascension, un ...
Foto: Journal Réforme

Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos


Lo vieron levantarse. Jesús se ha marchado al cielo en la presencia de los Apóstoles. Es un hecho histórico. Los apóstoles están admirados de esa partida y fortalecidos, pero todavía no del todo. Durante cuarenta días el Señor les ha confirmado en la fe y la misión. Desde el cielo enviará el Espíritu Santo para acompañarnos. Ahora toca la hora de la salida, el tiempo de la misión de la Iglesia.

Galileos qué hacen allí parados. Todo cristiano es discípulo del Señor y participa de la misión de cristo desde el día del bautismo. Se trata de llevar el anuncio de cristo en sus vidas y testimoniarlo ya en la casa, la familia, el trabajo, los amigos, la cultura y la sociedad. La fe crece por atracción antes que por la imposición. Es la hora de la evangelización.

Todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Jesús está sentado a la derecha del Padre quiere decir que tiene el mismo poder de Dios. Dios es uno solo. Hay una sola naturaleza divina en tres personas. Jesús que vino en Belén en la humildad de la carne vendrá majestuoso al final de los tiempos con todo su poder. Esa venida será conocido por todos. Su juicio será definitivo con justicia y misericordia. Allí se establecerá toda verdad, justicia, belleza y libertad. Si en algo eres inocente o responsable de algo allí serás reconocido.

Y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Ahora estamos en el tiempo. Vivimos peregrinos en la tierra. Se tiene ya el cielo en anticipo cuando se está en paz, justicia, serenidad, armonía con Dios y los demás. Donde hay amistad con Dios allí está el cielo. Toca hacer el cielo en la tierra en medio de las durezas, alegrías e injusticias de la vida con la esperanza de un reino definitivo.

Vale la pena considerar que Jesús es el Señor y tiene preparado muchos bienes para quienes perseveran en la verdad, bien, justicia, belleza y lo aman. Únicamente Él puede salvarnos. Puedes pasar por momentos muy duros de injusticias, calumnias, males, como esta pandemia, pero si amas a quien sufre, te compadeces, batallas por mejorar tu persona, esperas que hay un más allá y lo llevas con la fuerza de la fe ya estás haciendo el cielo en tu corazón.

Buen domingo a todos.

P. Arnaldo Alvarado

domingo, 17 de mayo de 2020

VI Domingo de Pascua: guardar la palabra


El nuevo mandamiento - Wikipedia, la enciclopedia libre

Si me aman guardarán mi palabra

Si me aman guardarán mi palabra. Este es la clave de quien sigue al Señor. Se trata de asumir sus enseñanzas de Dios que satisfacen el deseo más profundo del corazón humano. El mensaje que Jesús nos ha expresado, en realidad, tiene como origen en Dios Padre. Además, es el Espíritu Santo quien nos acompañará y recordará todo.

Aceptar los mandamientos y amar son las condiciones más elementales de todo seguidor de Cristo. Amar al Señor significa introducirse en el misterio más profundo de Dios. Es asumir el seguimiento libre fortalecido con el amor y la gracia de Cristo. En definitiva, la moral, más que seguir códigos, normas, etc., es imitación de Cristo.

Jesús conoce hasta el fondo a toda persona. Es realista y sabe de la situación que vive cada discípulo. Puesto que, en el camino de la fe junto al gozo de ser amados, hay serias dificultades, incertidumbres, dudas. ¿Qué le toca al discípulo? Imitar a Cristo que pasó haciendo el bien. Este es el mayor estilo del cristiano: seguir a Cristo.

El discípulo sigue a una persona que acoge, se interesa, acompaña, ama. No es una idea, sentimiento o decisión ética lo que nos mueve seguir al Señor, sino el amor de Dios. Entonces ante las durezas de la vida, de cualquier tipo, puedes soportarlo en el Señor. Ya alguien asumió ese camino, nos ha precedido en tocar fondo. Aún más cuando aparecen las contradicciones y persecuciones “mejor es padecer obrando el bien”.

El cristianismo es la realización del amor, la libertad en el seguimiento a Cristo. La gran noticia es que no estamos solos. El Paráclito, el Espíritu Santo, nos acompaña. Va al lado del discípulo, defiende y recuerda. Hay momentos de la vida que se siente la soledad, la crítica, la tristeza y la ingratitud cuando haces el bien. Recuerda que hay alguien que te acompaña.

Persevera en hacer el bien. Por el bautismo y la confirmación se posee el Espíritu de Jesús. ¿Sigues al Señor en el día a día? ¿Estás dispuesto a perseverar en el amor? ¿las dificultades te asustan y sabes quién es tu fortaleza? ¿Te rindes ante calumnias, acusaciones, ingratitudes, deseos no cumplidos, críticas y persecuciones? ¿Sabes que no estás solo?

Acudamos a María, la madre de Dios y madre nuestra. Una madre siempre acompaña a sus hijos hasta el final.  

Buen domingo a todos.
P. Arnaldo Alvarado

lunes, 11 de mayo de 2020

Homilía V Domingo de Pascua: perfil del creyente


Lectio Divina de Jueves Santo, Cena del Señor.
Foto: Provincia Mercedaria de Chile

¿Por qué tiembla su corazón?

El domingo V de la pascua encontramos señalado por Jesús una radiografía de la condición de ser creyentes. El contexto del discurso es en la última cena. Jesús se hace empático con sus discípulos, les dice la verdad y anima sus corazones desfallecidos (Jn 13). 

La fe se funda en Cristo como plenitud de la revelación; revela el rostro de Dios Padre y unge con el Espíritu Santo. Entonces creer significa depositar la confianza en alguien que es persona, acoge sin condiciones, salva de las necesidades más profundas como es el mal, el dolor, el sufrimiento, la injusticia, el pecado y la muerte; acompaña en el camino.

La condición de creyente tiene de por sí una dimensión dinámica. Jesús nos pone en dos realidades; esto es, el aquí y ahora y el más allá. Con respecto al aquí y ahora hace consciente al discípulo de la realidad de ser peregrino, está de paso. En ese caminar se recibe muchas bendiciones, se experimenta dificultades, se mantiene la esperanza.

Mientras estamos en esta vida se anticipa el cielo cuando se vive la caridad, el perdón y la paz. En efecto, los apóstoles se preocupaban por las necesidades ajenas y hacen efectivo la caridad en la atención a las viudas.

El diagnóstico de una necesidad implica tener en claro que el amor es ordenado; de allí que las columnas de la Iglesia, sin descuidar la caridad, prefieren encomendar a los diáconos (Servidores) la tarea caritativa y ellos dedicarse a la oración y la predicación.

Qué importante es la tarea de discernir y servir. Dar el justo lugar a cada realidad. El cristiano como piedra viva orienta todas las realidades que experimenta según el querer de Dios y el bien suyo y de los demás. Son caras de una misma moneda.

El perfil del servidor está en buena fama (honestidad), llenos de Espíritu Santo (Amor), provisto de abundante sabiduría (inteligencia iluminada por la fe).  Pero también una característica de la piedra es el riesgo de ser rechazado y no por eso se deja de vivir la caridad. El servicio caritativo empieza ya en el modo de hacer familia, trabajo y recreación.

Con respecto al más allá las revelaciones de Jesús son claras. Hay mucho que esperar y recibir después de esta vida. Aquello es real. Todo lo que se realice tiene sentido tanto para aquí como para allá, pero la gran diferencia es la plenitud, el todo del más allá.

Como discípulo de Cristo se debe fundar la fe en Dios. El cristiano se distingue por la caridad, porque pasa haciendo el bien. La fe se vuelve operativa por el amor que se goza ya del cielo en esta vida y luego se espera recibir en plenitud.
Buen domingo a todos.

P. Arnaldo Alvarado

¿Cómo educar a los hijos en sintonía con el colegio?

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