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martes, 9 de julio de 2019

El lado oscuro de la fe


FOTOS: Satélite chino fotografía la Tierra desde la Luna durante el eclipse solar y este es el resultado
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"No te soltaré hasta que me bendigas"
La lectura de hoy nos presenta un episodio misterioso en la vida del patriarca Jacob; éste lucha con “alguien” toda la noche. En realidad el gran patriarca Jacob es un  luchador y se pasa la vida, desde el seno materno hasta su muerte, luchando por conseguir lo que quiere.
Pero curiosamente, en todas sus luchas sale bendecido, es más, su lucha es por conseguir la bendición, tanto con su hermano, como con su suegro, como con los distintos pueblos, o con “este personaje misterioso”, en todo busca la bendición y la protección de Dios. Y en todas consigue lo que quiere:  En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has luchado con dioses y con  hombres y  has podido.
La vida de fe de Jacob como la de cualquiera de nosotros, es un combate, el combate espiritual como dirían los antiguos. Una lucha que se desarrolla en la noche, la noche de la fe, y que se nos desvela al rayar el alba…No te soltaré hasta que me bendigas… "Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, Potestades, Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes" (Ef 6, 12-13) Esto es lo que hace a Jacob vencedor en todas sus luchas, que siempre ha tomado las armas de Dios, es decir: LA BENDICIÓN, el saberse en sus manos, protegido, y confiar en su poderosa fuerza más que en sí mismo.
Debemos aprender de este gran Patriarca a ponernos en las manos de Dios y orar como el salmista en el salmo que hoy se nos regala: Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
En el Evangelio, Jesús, al ver a la gente, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas,  "como ovejas que no tienen pastor". De ahí su deseo y petición de que roguemos al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.

Hoy, seguimos extenuados y abandonados como ovejas sin pastor y debemos seguir orando para que todos los que nos sentimos llamados al seguimiento de Jesús, desde nuestra vocación específica, hagamos posible que el Reino siga creciendo y cumplamos la misión a la que Cristo nos envió y que escuchamos este pasado domingo: "¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias… Curad a los enfermos… Os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno".(Lc 10, 1-12. 17-20).
No debemos tener miedo, al igual que Jacob, debemos creer y confiar en lo que nos ha dicho el Señor: Os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Podemos luchar con dioses y hombres y salir victoriosos porque Él está con nosotros y lucha a favor nuestro. Pero si no creemos, nos puede pasar como a los fariseos y negar la evidencia: "Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios".

¿Creemos en el poder y la autoridad que Jesús nos ha otorgado para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia?
¿Nos compadecemos de ver la desorientación de nuestros hermanos y trabajamos y oramos por su salvación?
¿Pedimos humilde y sinceramente la bendición de Dios en todo lo que hacemos y deseamos?
Fuente: inscrip.desinscrip.evangeliocr@gmail.com

miércoles, 19 de junio de 2019

Dos miradas


Dos miradas

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Los ojos son las ventanas del alma, tanto para canalizar los intereses que se guarda en el corazón como expresar también lo que hay en él. Estas palabras de Jesús de Nazareth pueden ayudarnos: “cuiden de no practicar su justicia delante de hombres para ser vistos por ellos” (Mt 6,1-6, 16-18).  Qué distinto es la mirada del que tiene un corazón sano y bondadoso del aquel dañado y egoísta.

Hay que percatarse de cómo hacemos las cosas más nobles tales como: la limosna, la oración y el ayuno.  ¿Cuál es el motivo de hacerlos? Pues son actividades que pertenecen a la piedad de todo hombre religioso; dichos actos  pueden perder valor por la ausencia de rectitud de intención.

Hagamos todas las cosas por amor a Dios, sin ningún interés de por medio. Jesús es la medida y modelo de nuestra relación con Dios en la oración, el ayuno y la limosna. Que Él sea el motivo principal, imitar a Cristo porque eres capaz.

En consecuencia “hay que dar hasta que duela” (Madre Teresa de Calcuta). No te compares con nadie. Fíjate en la cualidad y no en la cantidad. Si comienzas a poner razones humanas como el quedar bien, recibir aplausos, corrígelo. No lo hagas por tu honor sino por hacer un servicio desinteresadamente. Tu sentir, pensar y hacer ¿tienen buenas intenciones? Dios valora lo pequeño. 

martes, 4 de junio de 2019

Unidad, signo de vida


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Las palabras de Jesús son siempre buena noticia.  Dice nuestro Señor en el evangelio de Juan: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”. Dios es uno. Él nos invita a formar parte de una gran familia de los hijos de Dios en la barca de la Iglesia. La unidad es precisamente una de las características de la Iglesia.

El problema terrible de nuestros tiempos es la división. Asistimos a la cultura del debilitamiento y ruptura de la unidad de los países, de las instituciones, de la familia y de la persona. De manera muy fácil se deteriora este don precioso. Toda esta situación, si no rectificamos, nos llevará a la muerte y la destrucción.

En estos días de espera al Espíritu Santo que viene en la fiesta de Pentecostés pidamos a Dios que nos bendiga con la unidad. Busquemos ser personas de una sola pieza, en el trabajo, la casa, los amigos, las redes sociales. No aparentes. Se coherente con tus principios y compromisos. Si lo has perdido asume la responsabilidad y reconstruye tu unidad y de las demás personas que se te confiaron.



Foto: https://www.google.com/search?q=arbol&rlz=1C1CAFC_enPE840PE840&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjbw6X_q9HiAhWP11kKHRFvCBEQ_AUIECgB&biw=1350&bih=591#imgrc=5Dltu_-ppCLTCM:

jueves, 1 de noviembre de 2018

1 de noviembre

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El 1 de noviembre conmemoramos la fiesta de todos los santos. Una de las características de la Iglesia Católica es la santidad. En efecto, su fundador (Cristo) es Santo y muchos de sus miembros son santos. Por este motivo en este día celebramos los méritos de todos los bautizados que han alcanzado la gloria, la amistad y la paz con Dios.

Esta celebración tiene su origen en el siglo IV. En esta ocasión puedes preguntarte ¿Suscitas en lo más profundo de tu corazón altos ideales? Si has recibido el bautismo ¿Amas lo que crees, vives lo que esperas y manifiestas signos de santificarte cada día en tus nobles tareas?


viernes, 26 de octubre de 2018

Aceptación de sí mismo

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Expresar lo mejor de nosotros mediante nuestros comportamientos es una aspiración magnánima.  Una de las tareas constantes y quizá la más difícil es aceptarse y conocerse. Pero la medida no somos nosotros mismos dado que no siempre acertamos; de allí la importancia de dejarse ayudar. Aristóteles dijo que el hombre es una animal que posee logos (razón). Efectivamente ejercemos nuestra razón con los demás.

Con frecuenta también nos preocupamos por el cambio de los demás. ¿Por qué tanta fatiga en conseguir resultados? Puede ser un buen paso la siguiente apreciación de Philippe (2012): “Hay algo que también deberíamos entender: ¡No podemos cambiar a los demás en absoluto! A veces nos obcecamos en mejorar a los demás; es preferible aceptarlos como son. Y entonces un pequeño milagro sucederá: cuando se les acoge tal y como son, entonces empiezan a cambiar”.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ecos de amor: recordar, renovar, orar, vitalizar, fraternizar


Homilía del Papa Francisco con las religiosas de clausura en Perú
Recordar, renovar, orar, vitalizar, fraternizar
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Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa: ¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que guía, que nos ilumina con su amor divino».
Al verlas a ustedes aquí, me viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento un rato y dar un paseíto. Gracias Madre Soledad por sus palabras de bienvenida y a todas ustedes que «desde el silencio del claustro caminan siempre a mi lado». Y también me lo van a permitir porque me toca al corazón: desde aquí mandar un saludo a mis cuatro carmelos de Buenos Aires. También a ellas las quiero poner ante el Señor de los Milagros porque ellas me acompañaron en mi ministerio en aquella diócesis y quiero que estén aquí para que el Señor las bendiga. ¿No se ponen celosas, no?
Escuchamos las palabras de San Pablo, recordándonos que hemos recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación cristiana: el gozo de sabernos hijos.
Esta es la experiencia que sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo! Sobre todo en los momentos en que el gozo parece que se fuera, el alma está nublada, hay cosas que no se entienden. Ahí volverlo a pedir y renovar: soy hija, soy hija de Dios.
Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, oración comunitaria y personal. La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, este vida contemplativa.  Es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera. No es una oración que rebota en los muros del convento y vuelve para atrás. Es una oración que va y sale y sale.
La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza.
Así lo decía Santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí que solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno… en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor».[1]
Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media flojita y se le apagó el fueguito del amor: pida, pida, pues es un regalo de Dios poder amar, ¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la Iglesia».
Recen e interceden por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes.
Ustedes son como aquellos amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara. No tenían vergüenza, eran sinvergüenzas, pero bien dicho, no tuvieron vergüenza de hacer un agujero en el techo y bajar al paralítico (cf. Mc 2,1-12). Sean sinvergüenzas. No tengan vergüenza de hacer con la oración que el poder, que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios.  Esa es la oración vuestra.
Por la oración, día y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias.
Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos.[2]  Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha. ¡Ay de la monja que tiene el corazón encogido! Por favor, busquen remedio, no se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande. Además las monjas encogidas son monjas que han perdido la fecundidad, que no son madres, se quejan de todo. No sé, amargadas.  Siempre están buscando un triquis miquis para quejarse. La santa madre decía ¡Ay de la monja que dice me hicieron sin razón!, me hicieron una injusticia. En el convento no hay lugar para las coleccionistas de injusticias, sino hay lugar para aquellas que abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda, la cruz del amor, la cruz que da vida.
El amor ensancha el corazón y por el trato con el Señor, vamos adelante porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo.
Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Con los brazos en alto como Moisés con el corazón así pidiendo. Y cuando sea posible ayúdenlos, no solo con la oración, sino también con algún servicio concreto. ¡Cuántos conventos de ustedes sin faltar a la clausura, en algunos momentos en el locutorio pueden hacer tanto bien.  La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el mundo creerá (cf. Jn 17,21).
¡Cuánto necesitamos de la unidad de la Iglesia! que todos sean uno. ¡Cuántos necesitamos que los bautizados sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia.  Les pido, por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana porque está tentada de desunión.  A ustedes le encomiendo la unidad, la unidad de la Iglesia, la unidad de los agentes pastorales, de los consagrados, del clero y de los obispos,
El demonio es mentiroso y además es chismoso. Le encanta andar llevando de un lado por el otro, busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de las otras. Esto lo he dicho muchas veces así que lo repito. ¿Saben lo qué es la monja chismosa? Es terrorista, peor que los de los de Ayacucho hace años, peor, porque el chisme es como una bomba: entonces va... como el demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquilo. Monjas terroristas no, sin chisme, ya saben que el mejor remedio para no chismear... morderse la lengua,  la enfermera va a tener trabajo porque se le va a inflamar la lengua, pero no tiraron la bomba: que no haya chismes en el convento porque eso lo inspira el demonio, porque es chismoso por naturaleza y es mentiroso.  Y acuérdense de los terroristas de Ayacucho cuando tengan ganas de pasar un chisme.
Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división.  Ayuden a profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras comunidades.  Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del amor de Dios.
Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las palabras que la gran Maestra de vida espiritual, Santa Teresa nos decía: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, nunca acertarán el camino. […]  Siempre detrás de Él. Ah Padre pero a veces Jesús termina en el Calvario. Pues andá vos ahí también, porque ahí también te espera porque te quiere.  Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él».[3]
Queridas hermanas, sepan una cosa, la Iglesia no las tolera a ustedes ¿eh? ¡Las necesita!.  La Iglesia las necesita con su vida fiel sean faros e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia. [4]
Y recen por la Iglesia, recen por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño, y destruyen tanta gente, por los que explotan a sus hermanos. Y por favor siguiendo con la lista de pecadores, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Fuente: https://www.aciprensa.com/noticias/texto-homilia-del-papa-francisco-con-las-religiosas-de-clausura-en-peru-55980


jueves, 30 de agosto de 2018

Perseverancia



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¿Qué hacer cuando aparecen las dificultades? Se deteriora tu salud, notas los límites de tu persona, la confianza en las personas de tu familia se deteriora, han sucedido cosas inesperadas con los amigos, tu situación económica no marcha bien, las metas propuestas no se cumplen. Ante este panorama:
1.    Ora, cuéntale a Dios “que Él se interesa por ti”
2.    No condenes el momento o las personas
3.    Entiende que es la ocasión de crecer, y de sacar más fuerzas
4.    Aprende de los errores y no rumees tu desolación.
5.    Dialoga con quienes te pueden ayudar. Nunca el silencio es un remedio, siempre hay gente preparada para apoyarte.
6.    Agradece a Dios por esa oportunidad para ser más persona.

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