La fraternidad en familia resplandece de modo especial cuando vemos la
premura, la paciencia, el afecto del que son rodeados el hermanito o la
hermanita más débiles, enfermos o discapacitados. Los hermanos y las hermanas
que hacen esto son muchísimos, en todo el mundo, y quizás no apreciamos
bastante su generosidad. Y cuando los hermanos son muchos en familia, hoy he saludado a una
familia de diecinueve, el mayor o la mayor ayuda al papá o a la mamá, a cuidar
a los más pequeños, y esto es bonito, este trabajo de ayuda entre los hermanos.
Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Igualmente sucede para la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de tomarse el alma y el corazón. Sí, estos son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando esto sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra misma fraternidad cristiana retoma vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y débiles no para obedecer a un programa ideológico, pero porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que son nuestros hermanos. Esto es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres.
Os sugiero una cosa antes de acabar, me faltan pocas líneas, pensemos en silencio en nuestros hermanos y hermanas. Pensemos en silencio, y en silencio desde el corazón, recemos por ellos.
Hoy más que nunca es necesario volver a llevar la fraternidad en el centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su justa entonación. Por ello, no privemos a la ligera a nuestras familias, por temor o miedo, de la belleza de una amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia, iluminada por la bendición de Dios. (Papa Francisco)
Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Igualmente sucede para la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de tomarse el alma y el corazón. Sí, estos son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando esto sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra misma fraternidad cristiana retoma vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y débiles no para obedecer a un programa ideológico, pero porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que son nuestros hermanos. Esto es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres.
Os sugiero una cosa antes de acabar, me faltan pocas líneas, pensemos en silencio en nuestros hermanos y hermanas. Pensemos en silencio, y en silencio desde el corazón, recemos por ellos.
Hoy más que nunca es necesario volver a llevar la fraternidad en el centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su justa entonación. Por ello, no privemos a la ligera a nuestras familias, por temor o miedo, de la belleza de una amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia, iluminada por la bendición de Dios. (Papa Francisco)
P. Arnaldo Alvarado
Arnaldo.alvar@gmail.com
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