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viernes, 24 de julio de 2015

Día de la independencia del Perú, felices fiestas patrias

Felices fiestas patrias: Peruanidad, fraternidad y patriotismo

¡Felices fiestas patrias! así intercambiamos los saludos. 
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Con esta ocasión recordamos grandes personajes y hechos que nos dieron una nación. El peligro es quedarnos sólo con las glorias y dejar de lado esfuerzos, sacrificios incluso de dar la vida por el ideal noble de constituir una patria. Para contar la historia de un país significa  recordar hechos victoriosos y derrotas. Los primeros nos ayudaran a reconocer las magnificencias; y los segundos, en cambio, a enmendar el error y sacar experiencias. Conocer la historia trae como consecuencia que nos repita los errores.
Lo peor que nos puede suceder es quedarnos simplemente con las victorias. Pensar de este modo significa “endiosar y caricaturizar” a nuestra gente y, por consiguiente, quedarnos en la necedad, antes que la humildad. Los grandes personajes que cuenta la historia del Perú, en el camino de su independencia, nos dejaron una herencia, la peruanidad.
Todos los peruanos tenemos una deuda con quienes procuraron darnos lo mejor, pero estamos inclinados a minusvalorar. Precisamente cuando tenemos serios retos que afrontar debemos pensar en esta realidad: todos somos peruanos y somos hermanos. Al menos es el mensaje de nuestro himno patrio.
Hay una palabra que conviene tener muy presente: la fraternidad. Gracias al cristianismo tiene un contenido real, que luego la revolución francesa en el siglo XIX la convirtió en algo ideal. Pero ¿dónde se fundamenta que todos somos hermanos? Considero que son dos: el primer punto de partida, una dimensión vertical, es que tenemos un mismo origen creacional que da fundamento a nuestra dignidad de persona y un mismo fin; en segundo lugar, contamos con la dimensión horizontal, se trata de que somos habitantes de una tierra y es nuestra patria.
Entonces, si recordáramos estas dos dimensiones las cosas serían diferentes, de tal modo que “el hermano ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada”. Así primero es la patria (común) y luego mis intereses personales (individual).
Desde la fraternidad real las cosas se ven distintas. Vivimos momentos muy duros a todos los niveles sociales; todos somos conscientes de la realidad que suceden en nuestra querida patria. Se trata de la fuerza del mal manifestado por las olas de violencias como pueden ser: violentar la vida en cualquiera de sus fases, calumnias, corrupciones, paros informales, huelgas ilegales, drogas, comercio ilícito, etc.
A tal punto que podemos afirmar con seguridad que la lucha es en la propia casa y con los propios hermanos. Evidentemente esto es algo terrorífico y poco humano; hermanos luchando entre sí nos recuerda a la historia fratricida de Caín y Abel. Recordemos que los grandes imperios del pasado y del presente han caído por degradación moral, antes que por malos manejos técnicos. Cuando el hombre se olvida de lo propiamente humano corroe su propia vida y la de los otros.
Un País no nace, se hace. ¿Qué significa? Quiere decir que el amor a la patria debe ser algo noble y real. Implica dar la vida por los demás, por ejemplo. Al menos así lo hicieron los patriotas. Pero ¿cómo podemos ser patriotas? La situación está a nuestro alcance. Expresiones de patriotismo verdadero pueden ser: lealtad a los deberes de ciudadanos, cooperemos para el bien y no para el mal o para obstaculizar la paz; busquemos el bien común antes que el interés individualista que se olvida de todo hasta de la persona misma; dejemos de lado el favoritismo, la corrupción, el comercio ilícito con personas y con cosas; no cooperemos a la sinrazón de las actitudes; respetemos la dignidad de la persona humana.
Ante un país al parecer en llamas, todos queremos paz, pero la paz es fruto de la justicia. Hoy más que nunca los ciudadanos necesitamos consolidar la armonía interior y exterior. Si alguno de estos elementos faltase, entonces es probable que la pacificación y patriotismo sea artificial, postiza y momentánea. Construyamos un Perú más justo, solidario y fraterno. ¡Felices fiestas patrias!.

Atte,
P. Arnaldo Alvarado
arnaldo.alvar@gmail.com

Jr. Unanue 300

jueves, 16 de julio de 2015

Himno Nacional en Quechua


Ver en este vínculo:

https://www.youtube.com/watch?v=y8xpM6u6IR4


O también:

http://www.andina.com.pe/agencia/video-nuestro-himno-nacional-version-quechua-35699.aspx

miércoles, 15 de julio de 2015

Papa Francisco: encuentro con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminarista (Colegio Don Bosco, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia)

ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Coliseo del colegio Don Bosco, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
Jueves 9 de julio de 2015



Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes
Estoy contento con este encuentro con ustedes para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional.


Y en el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de otro discípulo Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje, que el Señor hacía de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino –¡más exclusión imposible!–, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la batería se hacía sentir y decía: “Aquí estoy”. Te felicito, tocás bien.
En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios y una gran muchedumbre. Si traducimos esto forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían, escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.
Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito del mendigo y, por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente, en la vida de los seguidores de Jesús; cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, que nadie le hace caso –no más le dan una limosna– de aquel que está sentado sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.
Son tres las respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: “pasar”, “calláte”, “ánimo, levantáte”.
1. “Pasar”. Pasar de largo, y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a Jesús, querían oír a Jesús. No escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Y sí, hay gente así: Yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el ministerio y, sí, es natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente que sufre, entonces ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un pedido de auxilio. Acostumbrarse. Y nos decimos: Es normal, siempre fue así, mientras a mí no me toque, –pero eso entre paréntesis–. Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y, por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: “¿Adónde vamos a ir Señor si tú tienes palabras de vida eterna?”. Y después lo traicionan, lo niega, el estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón blindado. Se trata de un corazón que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar, una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo simplemente porque está en esa elite que sigue al Señor.
Podríamos llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último bestseller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse incluso con el Señor al que están siguiendo, porque la sordera avanza.
Ustedes me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro estaba atenta a las palabras del Maestro. Lo estaba escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana, como el evangelista Juan nos lo recuerda: ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4, 20b). Ellos creían que escuchaban al Maestro, pero también traducían, y las palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir esta unidad –entre escuchar a Dios y escuchar al hermano– es una de las grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se quebró.
Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces es una vida seca.
2. Segunda palabra: “Calláte”. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. “Calláte, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria, que estamos en una espiritualidad de profunda elevación. No molestes, no disturbes”. A diferencia de la actitud anterior, ésta escucha ésta reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del dedo así [el dedo en señal amenazadora]. En Argentina decimos de las maestras del dedo así: “Ésta es como la maestra del tiempo de Yrigoyen, que estudiaban la disciplina muy dura”. Y pobre Pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o de una seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes, frente al Pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor, escuchálo, decíle que Jesús lo quiere. “No, eso no se puede hacer”. “Señora, saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando”. Como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.
Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida de Jesús es sólo para los que se creen aptos. En el fondo hay un profundo desprecio al santo Pueblo fiel de Dios: “Este ciego qué tiene que meterse, que se quede ahí”. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los “autorizados”, una “casta de diferentes”, que poco a poco se separa, se diferencia de su Pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces: “Yo llegué hasta acá, ponéte en tu sitio”. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como… año 75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis. Yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Bueno, después de una concelebración - porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no parás, yo salía hablando con un cura que me acompañaba, que estaba conmigo, había venido conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro: “Padre, me lo bendice” –le dice al cura que me acompañaba–. “Señora usted estuvo en misa”. “Sí, padrecito”. “Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios bendice todo, todo, las…” “Sí, padrecito, sí, padrecito..”. “Y después la bendición final bendice todo”. “Sí, padrecito, sí, padrecito”. En ese momento sale otro cura amigo de este, pero que no se habían visto. Entonces: “¡Oh!, vos acá”. Se da la vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba –digamos la señora ‘sí, padrecito’– me mira y me dice: “Padre, me lo bendice usted”. Los que siempre le ponen barreras al Pueblo de Dios, lo separan. Escuchan pero no oyen, le echan un sermón, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consciente o inconsciente, de decirse: “Yo no soy como él, no soy como ellos”, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de la alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que, por favor –también estaban las monjas–, que, por favor, pidieran todos los días la gracia de la memoria de no olvidarse de dónde te sacaron. Te sacaron de detrás del rebaño. No te olvides nunca, no te la creas, no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tenés una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su guaraní: “Porque no, no, ahora hablo en fino”. La gracia de no perder la memoria del Pueblo fiel. Y es una gracia. El libro del Deuteronomio, cuántas veces Dios le dice a su Pueblo: “No te olvides, no te olvides, no te olvides”. Y Pablo, a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le dice: “Y acordáte de tu madre y de tu abuela”.
3. La tercera palabra: “Ánimo, levantáte”. Y este es el tercer eco. Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso, o alguno que lo hacía callar… Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia: “Levantáte, te llama”.
Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuestas de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el santo Pueblo fiel de Dios.
A diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó: ¿Qué pasa? ¿Quién toca la batería?”. Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esa forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: Decíme, “qué puedo hacer por vos”. No necesita diferenciarse, no necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una compasión, una compasión, no una lástima, –no existe una compasión que no se detenga. Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Y esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos que nos dijeron “ánimo, levantáte”, paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Y esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma. Y, cuando se vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana, que en su vida hizo suyo el consejo de San Agustín: “Canta y camina”. Esa alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma.
No estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón, de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor, recen por mí, que lo necesito. Gracias.



Diez mejores frases del Papa Francisco en su visita a Latinoamerica

El Santo Padre ha visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay del 5 al 12 de julio .

1. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a América Latina (5 de julio 2015. Discurso a su llegada en el aeropuerto de Ecuador)
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2. Ayudemos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor estatus, dinero, prestigio social. (7 de julio 2015. Discurso con el mundo de la escuela y de la universidad en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador)
3. Pensemos en la sociedad a través de estos valores sociales que mamamos en casa, en la familia: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad. (7 de julio. Encuentro con la sociedad civil en Quito)
4. “Jesús nunca se saltea la dignidad de nadie” (9 de julio de 2015. Misa en la plaza del Cristo Redentor, Santa Cruz, Bolivia)
5. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. (9 de julio de 2015. Encuentro con sacerdotes, religiosos/as, seminaristas en Santa Cruz, Bolivia).
6. “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. (9 de julio de 2015. II Encuentro Mundial de Movimientos Populares, Santa Cruz, Bolivia)
7. Los chicos son simples, son alegres. Eso es lo que quiere Jesús, que nos hagamos como los chicos. (11 de julio de 2015.Visita al hospital pediátrico Acosta Ñu, Asunción)
8. ‘La corrupción es la polilla, es la gangrena del pueblo’ (11 de julio de 2015. Encuentro con representantes de la sociedad civil, Asunción)
9. La fe nos hace prójimos, nos hace próximos a la vida de los demás. (12 de julio de 2015. Visita a la población del Bañado Norte de Asunción)
10.Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. (12 de julio de 2015. Encuentro con los jóvenes en la Costanera, Asunción)
Fuente: http://www.franciscoenbolivia.org/uncategorized/las-10-mejores-frases-del-santo-padre-en-su-viaje-a-america-latina/

sábado, 4 de julio de 2015

Unión de parejas homosexuales ¿se puede equiparar al matrimonio?

La unión de parejas homosexuales es el caso más patente que no debe ser equipa­rado al matrimonio. Y, sin embargo, es el grupo más activo y el que -incluso cuando no se le men­ciona de modo explícito- contemplan los diversos proyectos de Ley sobre las parejas de hecho. Es preciso constatar la falta de racionalidad que sub­yace en sus razonamientos. A modo de síntesis, ca­bría responder así a sus falaces argumentos:
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·         No es cierto que existen «diversos tipos de matrimonio y de familia», sino tan solo distintas manifestaciones culturales del hecho familia. Solo existe el matrimonio y la familia como institucio­nes que derivan de la propia especificidad hombre­mujer, a partir de su estructura somática y de su sensibilidad psíquica.
·         Ese «vínculo jurídico equiparado al conyu­gal» que demandan es ilógico, pues en las parejas homosexuales no existe «conyugalidad» alguna.
·         Dado que la unión homosexual no tiene el «efecto social» de los hijos, pues es infecundo, ¿pa­ra qué reconocerla civilmente? Tal unión no aporta nada a la sociedad, sino que se pretende alcanzar un favor para los propios interesados individual­mente.
·        Ambas formas -matrimonio y unión homose­xual- contribuyen de modo totalmente diverso a la sociedad: el matrimonio es un «bien social», las parejas de hecho se les denomina con razón «unio­nes antisociales», dado que dan lugar a desestabili­zaciones en la sociedad, pues no originan paren­tesco alguno y son propicias a provocar algunas enfermedades, tales como el SIDA. De hecho, aun­que algunos colectivos gays defienden las parejas de hecho para practicar un «sexo seguro», sin em­bargo, según las estadísticas, «los homosexuales tienen la probabilidad diez veces mayor que un he­terosexual de ser portador del virus del SIDA». Por este motivo, el Parlamento Holandés, que pretende «reforzar la igualdad de trato a parejas de homose­xuales y lesbianas», lo único que les prohíbe es ser «donadores de sangre y de semen».
·         Si no se precisa la diferencia sexual para re­conocer tal unión y equipararla al matrimonio, cabe preguntar: ¿Por qué no se admite la unión de consanguíneos? En efecto, también los parientes podrían unirse legalmente y ser reconocidos como verdadero matrimonio, pues, si en estos se conde­na el incesto, debería también prohibirse la unión donde no existe distinción sexual. En efecto, la prohibición del incesto y la distinción sexual son las condiciones básicas para originar e integrar la sociedad humana.
·         Al argumento de que deben ser tratados con justicia, cabe responder que, efectivamente, por su condición no deben ser discriminados, pero «no penalizar» es distinto que «legitimar» jurídicamen­te con consecuencia públicas.

CONCLUSIÓN: Se impone hacer una llamada de atención a los políticos y a los juristas: no se puede legislar en favor de esa minoría perjudican­do e incluso destruyendo otra institución que es común entre los ciudadanos. La legislación es siempre decisiva en la vida social, pues interpreta, desde el punto de vista jurídico, una realidad hu­mana concreta. Y lo jurídico no puede deformar esa realidad, sino potenciarla y defenderla.

Y es el caso que el reconocimiento legal lesio­naría la justicia que regula derechos-deberes de los esposos, de estos con los hijos, etc. En consecuen­cia, originaría un sinfín de fraudes e injusticias. Por ejemplo, se daría el caso de unirse a una ancia­na/o para percibir la renta o la herencia. Asimis­mo, si a las parejas de hecho se les iguala a las fa­milias originadas del matrimonio con equivalentes derechos laborales, de beneficios fiscales, de segu­ridad social, créditos familiares de vivienda, reba­jas de transporte, etc. y no se les demanda los de­beres que conlleva el matrimonio, se comete una grave injusticia social, pues se les equipara en los derechos, pero no en-los deberes. En el fondo, las parejas de hecho buscan esa extensión de los bene­ficios de la familia a su propio estado, sin que gra­ve sobre ellas las obligaciones propias de la institu­ción familiar.

Pero cabe decir más. Las parejas de hecho son un mal para la sociedad. Al Estado, que por defini­ción busca el bien social, le interesan ciudadanos satisfechos, familias estables y una fecundidad ra­zonable en los matrimonios. Nada de eso ofrecen las parejas de hecho. Además, estas uniones pro­ducen abundantes casos de familias monoparenta­les y de otras situaciones penosas que el Estado es­tá obligado a atender con seguros y subvenciones.

En efecto, el reconocimiento jurídico de las pa­rejas de hecho dará lugar a graves problemas eco­nómicos, pues, como constata la Conferencia Epis­copal Francesa, «supone una carga financiera suplementaria, difícilmente justificable cuando, por otra parte, incluso se reduce la ayuda a las fa­milias». También en España, los técnicos estiman en 8.663 millones de pesetas el gasto por la nuevas pensiones de viudedad. Pues bien, si se aceptan las parejas de hecho, aumentarían 30.304 millones en el año 2.006. (Queda pendiente una cuestión que merecería una reflexión más profunda: la «calificación» moral de tales leyes. Cabría distinguir tres casos: a) El reconocimiento jurídico de las parejas de hecho, sin equipararlas al matrimonio, cabría calificarlo como ley  justa,  por cuanto reconoce situaciones reales en una sociedad plural y democrá­tica. A este caso, cabría aplicar el principio de Tomás de Aquino de que «la ley humana no puede prohibir todo lo que se opone a la vir­tud». Suma Teológica n-n, q. 77, a. 1 ad 1. b) En el caso de que se asi­milen al matrimonio, habría que pensar seriamente si cabe en tal caso aplicar el «principio de tolerancia». c) Sin embargo, parece que sería injusta una ley que igualase al matrimonio la unión de homosexuales, dado que se trataría de algo intrínsecamente malo.
Fuente: A. Fernandez, Parejas de hecho, Madrid 2011.

¿Cómo educar a los hijos en sintonía con el colegio?

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